XLI

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De su mano, guiados por el maître del yate iniciaron un recorrido al interior, un amplio salón de comedor, tan solo había una mesa para dos, un selecto grupo de jazz a un costado, y los preciosos ventanales a su alrededor y el techo que dejaban a ...

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De su mano, guiados por el maître del yate iniciaron un recorrido al interior, un amplio salón de comedor, tan solo había una mesa para dos, un selecto grupo de jazz a un costado, y los preciosos ventanales a su alrededor y el techo que dejaban a la vista el iluminado cielo nocturno ante la gracia de la luna y las estrellas. También se podía observar el pasillo que daba entrada al camarote único, con las comodidades de una suite, y luego estaba la salida a la terraza, adornada con unos preciosos banquillos negros, otorgándole la oportunidad de admirar las bellezas de la ciudad, mientras paseaban en el tranquilo caudal del río Sena.

Tomaron asiento y el yate zarpó a su aventura, a una parsimoniosa velocidad, que les hizo sentir que su noche duraría toda una eternidad, solo para los dos. Destaparon una botella de champagne para celebrar nuevamente su unión, Dom Pérignon Rosé Gold de la exquisita bodega francesa , producida muy cerca de París.

Su delicado tono rosa les sedujo la mirada, cada uno tomó su copa en la mano para chocarlas en nombre de su amor, de su pasión, para que les alcanzase todo lo que les quedaba de tiempo por vivir.

Bebieron el primer sorbo, dándole a su paladar un fascinante buje de placer a causa de la suavidad, el burbujeo y la pincelada crujiente ante la mezcla de sus afrutados sabores. Continuaron hasta acabar el contenido de su copa, admirando en silencio la interpretación de la pelirroja francesa, vocal de la banda.

Su cena fue ligera, de corte francés, maridaje perfecto a su bebida, intensificando cada uno de los sabores, que funcionaban a su vez como un perfecto afrodisiaco. La forma en que se miraban avivaba la hoguera, o tal vez era la erótica melodía tras una dulce voz, un estimulante saxofón, las penetrantes notas de un piano, y la suavidad de una trompeta.

Su ambiente estaba cálido, y entre los dos no había apuro, se dejaron envolver del deseo que comenzaba a crecer como la espuma de su champagne.

Tras su cena, llegó el postre, como de costumbre solo una ración para Elle. El maître dejó frente a ella un pequeño plato blanco un bastón de éclair, relleno de crema pastelera con sabor a vainilla, y cubierto con una fina capa de chocolate glaseado.

Por pedido previo de Damian no le acompañó una cucharita, tan solo una servilleta debajo. Este sonrió al ver a su cenicienta esperar a que él le concediese su primer bocado. Con la yema de sus dedos apartó sus cabellos rubios no queriendo interrupciones en el proceso.

—Esta vez, cenicienta, el postre no tiene que ver con su cuerpo —le explicó en un susurro, tomando el bastón con sumo cuidado en su mano.

—¿Tiene que ver con el tuyo? —preguntó.

Sonrió, encantando de ver el morbo encendido en sus luceros azules, que ya comenzaban a tomar un profundo color negro, dilatándose lentamente de puro placer.

—Es mi forma de decirte cuanto me gusta que me acunes en tu boca —susurró.

Llevó el postre a sus labios, tan solo para rozarlo contra su brillosa carne roja embadurnándolos de chocolate, la primera capa de humedad en su cúspide. Se inclinó a su oreja, donde dejó un sutil mordisquito.

Por tus Zapatos Negros (PARTE II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora