XXXII

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Una dulce caricia barrió su hombro, con una suavidad, una textura, que conocía muy bien, la tenía grabada en cada rincón de su ser

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Una dulce caricia barrió su hombro, con una suavidad, una textura, que conocía muy bien, la tenía grabada en cada rincón de su ser. Poco a poco se fue despertando de su sueño, con los labios de su ahora esposo acariciando su piel, repartiendo besos castos aprovechando su entera desnudez.

Sonriente, por su cálido despertar, y los recuerdos de todo lo que habían hecho la noche anterior, terminó por abrir sus ojos, levantándose. Se desperezó, estirándose, y terminó por abrazar a su príncipe en versión porno al tomarlo por su cuello.

—Buenos días, señor Walker —murmuró ronca.

Sonrió mucho más, dejándose besar.

—Buenos días, señora Walker.

De todas las veces que la había llamado así, esta vez si era real, era su señora, era su esposa. Aunque pudiese generarle un dolor en sus mejillas, continuó sonriendo, porque solo tenía motivos para ser feliz.

Al fijarse en la hora se dio cuenta que había pasado el mediodía, aún estaba cansada, y los efectos del alcohol estaban causando estragos. La única razón por la que deseaba salir de la cama era para ir al baño, necesitada de un buen aseo. Se dio cuenta que Damian lucía una blanca bata de baño, solo eso, al alzarla su desnudez le dio la bienvenida. Estaba limpio, olía fresco, pero aún así, empleó su voz más coqueta y le propuso:

—¿Tomas un baño conmigo?

Y él, por supuesto, le aceptó. Tomó su mano para ayudarle a levantarse, más no la dejó caminar, entre sus brazos la llevó hasta el cuarto de aseo, la tina ya estaba lista, olorosa y espumosa para ella. Se sumergieron juntos, entre besos, caricias pausadas, sonrisas coquetas, disfrutando su primera mañana como marido y mujer.

Damian disfrutó de pasar la esponja sobre su piel blanquecina, acariciándola a su vez con sus labios, dándole una pequeña dosis de amor, ante todos los sentimientos que albergaba por su cenicienta. También, tenía en mente que estuviese relajada, porque en poco debían mantener una conversación bastante seria.

Envueltos en batas, sin importar que se había pasado la hora, decidieron tomar el desayuno, afuera, justo donde habían sellado su compromiso. Esta vez disfrutaron de los rayos del sol, la brisa, y los murmullos de una ajetreada ciudad. Estaban concentrados él uno con él otro, los trozos de frutas que se compartían, y una conversación banal, hasta que el teléfono de Damian les interrumpió, una llamada entrante que estaba esperando de su abogado.

—Voy a tomarla —le avisó.

No se levantó de la mesa, no le hizo falta. Desde allí Elle sin desearlo, escuchó parte de su conversación, no entendía puesto que Damian solo le daba respuestas cortas. Continuó su desayuno sin preocuparse, el brillo en sus ojos grisáceos seguía intacto, seguía feliz, y eso le bastaba.

Esperó paciente hasta que terminara, y en cuanto colgó, preguntó:

—¿Sucedió algo?

—Nada de que preocuparse —Le acarició la mejilla, recogiendo su cabello y dejarlo detrás de su oreja —Terminemos de comer y te cuento.

Por tus Zapatos Negros (PARTE II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora