XI

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A las ocho en punto salió del ascensor, y como cada día desde que ella se había marchado miró su puesto de trabajo, tan vacío, como la extraña sensación que se formaba en su pecho, añoraba su presencia allí tanto como en la cama que habían compart...

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A las ocho en punto salió del ascensor, y como cada día desde que ella se había marchado miró su puesto de trabajo, tan vacío, como la extraña sensación que se formaba en su pecho, añoraba su presencia allí tanto como en la cama que habían compartido, extrañaba a Elle en todos los sentidos, ella también se había vuelto la pieza fundamental de su vida.

Y mientras no estaba, trataba de seguir funcionando como mejor podía.

—Buenos días, Alejandra —saludó, confundido al encontrarla mirando el puesto de Elle —¿Tú también la extrañas? —le preguntó, y luego un suspiro abandonó su cuerpo.

—¿Yo? —respondió nerviosa, sin entender lo que sucedía —¿Yo? Si... Eh... Si, extraño a Elle.

—¿Todo bien contigo? —le preguntó al percatarse de su nervios.

—Por supuesto —sonrió sin ganas, fingiendo tranquilidad —Él señor Daniel me pidió que le avisara que no vendría.

—Lo supuse —Pensó en su hermana, y de nuevo suspiró.

—Voy a seguir trabajando, señor, permiso —No esperó una respuesta, se dio la vuelta dejándolo solo.

Damian no reparó en la actitud tan extraña de Alejandra, ultimamente todos estaban así, habían pasado demasiadas cosas, así que solo se encogió de hombros para sumirse en su gran montaña de trabajo, lo único que lo había mantenido cuerdo ante el desastre que había en su vida tras su separación con Elle.

Abrió la puerta y se maldijo, de inmediato, mientras el dulce aroma de flores exóticas llenaba sus pulmones, su olor, el excitante olor de su cenicienta en versión porno. La veía en todos lados, la sentía en todo momento, y su aroma le llegaba a cada instante, era una maravilla, y a su vez, una tortura para él.

Se adentró en su oficina embriagado de ese olor, era tan real, que echó una vista tratando convencerse a sí mismo que ella no estaba ahí, su imaginación le estaba jugando una mala pasada, pero su corazón le dio brincó en el pecho al verla, tan hermosa, tan sensual, montada en su escritorio con las piernas cruzadas, y una mirada tan llena de determinación que le erizaron los vellos del cuerpo.

—Elle... —murmuró sorprendido.

—Prefiero cuando me llama «mi cenicienta en versión porno», señor.

A pura maldad, movió un poco su pierna, llevándose toda la atención a sus tacones, unos stilletos de animal print, de la marca favorita de ambos, reluciendo el color rojo en su zuela, provocando que Damian soltase el maletín de sus manos, mientras el deseo de poseerla le dominaba, lo haría sobre la mesa, tal cual como estaba, sin siquiera mover una sola hebra de su cabello, porque desde su pose, hasta su mirada, lo tenían completamente cegado de morbo.

—Mi cenicienta en versión porno —murmuró despacio, completamente excitado.

Se acercó sigiloso, mientras ella sonreía como una diosa, dueña de todo, y la así la sentía, quería arrodillarse, adorarla, besarle desde la punta de sus pies hasta acabar entre sus piernas.

Por tus Zapatos Negros (PARTE II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora