XXXI

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Sí, sí, ¡SI!

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Sí, sí, ¡SI!

Por supuesto que quería casarse con él, lo había deseado desde que aquel anillo tomó espacio en su dedo.

No tenía absolutamente nada que pensar, también podía culpar al alcohol, pero estaba tan segura, tan feliz, que solo pudo cerrar la pequeña distancia que separaba sus bocas, para besar la suya, completamente convencida de que quería unirse a él, en matrimonio, en cuerpo, y en alma, para toda la vida.

Apresó sus labios, tomando sus mejillas, con firmeza, disfrutando de las exquisitas cosquillas que generaban sus vellos en sus palmas, y su carne húmeda en movimiento, apresándola, tomándola con frenesí, sin importar la gente que continuaba a su alrededor. Solo la falta de oxígeno pudo separarlos.

—Sácame de aquí —murmuró agitada —Y hazme tu esposa.

Sonrió emocionado, para luego emprender su camino hasta la puerta con su cenicienta aún entre sus brazos. La ayudó a controlar la falda de su vestido, mientras esquivaba a las personas, ya estaban por salir, cuando un señor trajeado los detuvo.

—¿Se retiran tan rápido?

Su pregunta les generó desconfianza.

—¿Algún problema? —le respondió Damian, a lo que este solo sonrió.

—Tranquilo, solo quiero que su novia trabaje para mí —Su comentario les hizo sonreír a los dos —Como bailarina, por supuesto.

Ambos compartieron una mirada, pero Elle fue quien se apresuró a responder.

—Ya tengo trabajo, pero gracias.

—¿No quieres escuchar mi oferta? —insistió.

—Estoy saliendo de aquí para ir a casarme con mi jefe, ¿puedes mejorar eso?

No esperó una respuesta, pasó de él, para salir del club, aún divertidos con la propuesta laboral que Elle había conseguido. La brisa les refrescó el rostro, estaban acalorados, y sin importar las pocas personas que concurrían a esas horas por las instalaciones del hotel, la recargó contra la pared, y la besó.

Su boca era un dulce caramelo, adictivo, que no se cansaba de saborear, sus últimas palabras le habían provocado un acelerado latir en su corazón. No existía nada mejor que casarse con Elle, con la mujer que había logrado volverlo loco, atraparlo, gracias a un baile en el tubo. Aún recordaba esa noche, sus labios, sus manos, sobre su cuerpo, justo como lo hacía ahora, y solo había mejorado su conexión con el paso del tiempo, como si de un vino se tratase.

Se apartó de su boca, solo un poco, puesto que aún sus respiraciones aceleradas podían mezclarse, y susurró:

—Nos vamos a casar, y luego te voy a follar, una y otra vez...—Dejó un beso en su cuello, extasiado con su exótico aroma —Será la mejor noche de bodas.

Por tus Zapatos Negros (PARTE II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora