VIII

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—¡Dianne! —gritó otra vez, al borde de la locura

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—¡Dianne! —gritó otra vez, al borde de la locura.

Su alarido fue seguidamente acompañado por un estruendoso sonido, rápido y en seco, que los hizo saltar en su lugar, y antes de que ninguno de los dos pudiese detenerlo, resonó otra vez en la casa el mismo sonido, reconociéndolo claramente, cuando el tercer disparo vibró en sus tímpanos, y puso en completa alerta sus cuerpos.

Las detonaciones venían del piso de arriba, y Damian, muerto de nervios, sin haber visto a su hermana aún, temiendo a lo que se pudiese encontrar, salió corriendo en busca de ella, presentía lo peor, mientras subía apresurado por la escaleras con Elle detrás.

Las lágrimas corrían por sus mejillas, y su corazón retumbaba con fuerza a causa de los nervios, pero no se dignaba dejarlo solo, no iba a abandonado ahora que la incertidumbre le carcomía, ambos estaban en modo automático, lo único que tenían en mente era encontrar a Dianne, y que por todo lo que le habían pedido a Dios, encontrarla con vida, en perfecto estado.

Con premura se dirigió a su habitación, la percibía lejos, o que caminaba demasiado lento ante su imperiosa necesidad de ver a su hermana. Inconsciente seguía gritando su nombre, y sin darse cuenta lloraba, estaba alterado, nervioso, y encontrarse con la puerta de la habitación cerrada con llave lo alteró más, algo en su interior le gritaba que su hermana estaba allí, y sobre todo, que lo necesitaba más que a nadie en el mundo.

Sin razonar, actuando como un animal salvaje, se apartó unos pasos y de una sola patada la cerradura cedió a la fuerza bruta partiéndose, abriéndose así la puerta, de la misma forma hasta chocar contra la pared. Las sabanas regadas, objetos en pedazos y esparcidos por el suelo les recibieron, aunque ninguno de los dos les prestó atención al completo desastre que había, con la mirada buscaban a Dianne, y al encontrarla primero, Damian sintió que algo en su corazón se rompía, causándole un insondable dolor en el pecho.

—Quédate aquí —le susurró a Elle, casi inaudiblemente, poniendo una mano sobre su vientre. No quería exponerla, o al menos no más de lo que ya estaba.

Se adentró en la habitación con el corazón destrozado, palpitando acelerado y las piernas temblando, estaba a punto de desmayarse, pero por su hermana no lo hizo. Con su pie apartó cientos cristales esparcidos por el suelo de la habitación mientras se detenía frente al cuerpo de su hermana.

—Dianne... —musitó, con un nudo asfixiando su garganta.

Se agachó al estar junto a ella, y cuando estiró su mano para tocarla notó cuan alterado estaba, temblaba como nunca antes, pero no era para menos, era su hermana, su pequeña Dianne. Tocó la piel de su hombro, y sorbió su nariz, tratando de contener sus lágrimas.

—No puedo hacerlo, Damian, no puedo —sollozó temblando, en medio de una crisis.

—No tienes que hacerlo, pequeña, dame eso —Su mano acarició su brazo buscando el arma, pero al verla negar insistentemente sin dejar de llorar supo que no lo conseguiría fácil, estaba nervioso, con un pistola en juego podía ocurrir una desgracia en cuestión de segundos —Hermana, por favor, dame eso, hazlo por todos los que te amamos, no podríamos vivir sin ti.

Por tus Zapatos Negros (PARTE II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora