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La hora de la cena llegó, ambos estaban listos para ir, aunque Damian tuvo que tomarse un segundo para recomponerse tras mirar a Elle envuelta en un tentador vestido de brillos color granate

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La hora de la cena llegó, ambos estaban listos para ir, aunque Damian tuvo que tomarse un segundo para recomponerse tras mirar a Elle envuelta en un tentador vestido de brillos color granate. Era corto, de mangas largas con un escote profundo y un pequeño nudo el medio de sus costillas que acentuaba su figura.

El hecho de que su cabello rubio estuviese peinado hacía atrás le hacía percibirla como una diosa, su piel brillaba, el perfume lo tenía embriagado, y al mirar sus zapatos quería caer de rodillas para que lo torturara.

Controló sus instintos, hasta los más impuros y salvajes, para tomar su mano y darle un beso a su dorso. Sus uñas, su piel, absolutamente cada detalle de su cencienta en versión porno, era un estimulante erógeno para él. Se centró en sus ojos, aún evitando sus labios rojos que se colaban en su campo visual.

—Cada día te ves más preciosa —Soltó un suspiro a su sonrisa, estaba cautivo de ella.

—¿Solo eso? —ronroneó, acercándose a él.

Deslizó sus palmas por la americana, encantada también con él y su traje negro, lo miró de pie a cabeza, y sonrió al encontrarse con sus pozos grises llameantes en deseo.

—Cada día también estás más follable —Su risa coqueta, lo hizo sonreír.

Quería besarla, pero se contuvo, se veía realmente preciosa, y no quería estropearlo. En cambio, volvió a tomar la mano que descansaba sobre su corazón, para volver a besarla, justo donde su anillo de compromiso descansaba.

—¿Estás lista para ir? —preguntó, antes de que sus deseos lograran rebasarlo.

Estaba lista, no deseaba llevar absolutamente nada, todo lo que le importaba en ese instante estaba frente a ella, así que, antes de dar el primer paso, tomó sus mejillas para darle un beso, pausado, cálido, y amoroso.

Salieron de la habitación, dirigiéndose a uno de los restaurantes del hotel. Contaba con música jazz en vivo, iluminación tenue, y una preciosa decoración en tonos verdes y crema. Fueron recibidos por el maître, quién les ubicó en la mesa que Damian había reservado para los dos. Al mirar la carta, decidieron tomar vino blanco, y para la cena, optaron por un salmón al horno en salsa de jengibre y cítricos.

Mientras esperaban, compartieron la copa en conjunto de una charla amena, fuera del trabajo, fuera de su boda, solo una charla banal, mirándose a los ojos.

Comieron gustosos con una segunda copa de vino, y la tercera llegó acompañada de una tarta de chocolate solo para Elle, detalle que la hizo sonreír, y Damian, al verla, la acompañó.

—No sé de qué te ríes —le comentó, una vez estuvieron solos.

—No es una risa de burla —aclaró, y soltó una pequeña carcajada al verle fruncir el ceño —Es una risa de felicidad, me encanta tu faceta de repostero-poeta-morboso —Se inclinó un poco, para poder tener su rostro a escasos centímetros —Provóqueme, señor Walker —ronroneó.

Por tus Zapatos Negros (PARTE II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora