IV

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Armin Arlert revolvió con la cuchara el contenido de su plato. El mejunje del día era crema de espárragos y trozos de pan de molde. Una comida mucho menos sustanciosa que las pasadas, aunque la razón de su falta de apetito no tenía nada que ver con lo que constituía su platillo, sino con la turbia visión futura que empañaba sus días.

Era el segundo día consecutivo que Mikasa no bajaba a tomar el desayuno. Su amiga seguía empeñandose en entrenar a solas como medio de distracción para evitar pensar en Eren, mientras que este último continuaba oculto en alguno de los distritos aledaños, acatando toda suerte de órdenes enunciadas por El Rey a cambio de conservar su vida.

¿Qué clase de amigo era él si no podía ver por las dos personas más importantes en su vida?

Infinidad de veces había sido rescatado por Eren cuando los chicos de su vecindario lo intimidaban debido a su alto coeficiente intelectual.

Puede que al final fuera Mikasa quien lograba atemorizar a los abusivos para ponerlos a ellos dos a salvo, pero aunque Eren llevará todas las de perder, jamás dejaba de intervenir en riñas para ayudarlo.

Siempre siendo salvado por ellos.

Y ahora, cuando más lo necesitaban, no hacía nada.

Tenía que cambiar las cosas. Debía empezar a dejar de depender de ellos y demostrarles que también era útil de alguna manera.

Sus ojos azules viajaron del plato hasta la servilleta en el extremo opuesto de la mesa.

Sus ideas volvían a nivelarse, ahora que finalmente veía la gravedad del asunto a solas. Lo que debía hacer era reunirse con Eren. Lograr, de algún modo, que El Rey les permitiera a Mikasa y a él verlo de nuevo, darles la seguridad de que seguía con vida. Había que hacer una protesta en caso de que su petición fuera rechazada. Y sobre todas las cosas, había que reunir firmas, muchas de ellas. Si conseguían redactar su petición acompañada de las firmas de todos los miembros del escuadrón, quizá la corte real flaqueara un poco. Ya se habían mostrado más accesibles cuando todos juntos solicitaron ver a Eren tras el juicio.

Lentamente se levantó de la mesa y tomó la servilleta antes de mirar en derredor. Al ver a Jean rezagado en otra de las mesas, se le ocurrió empezar solicitando su ayuda. Ya después podría reunirse con Mikasa en su dormitorio y comentarle su nueva estrategia.

—Buenos días, Jean—saludó esbozando una sonrisa que, esperaba, no se viera forzada.

El aludido cruzó los brazos tras su nuca y lo miró con cierta sospecha.

—Buenos días, cerebrito—tomó una cucharada de crema y volvió su atención al rubio—. ¿Ha habido suerte en obtener noticias sobre Eren?

—No. Pero creo saber cómo nos dejarán verlo.

Jean apuró el resto de la crema para limpiarse con el antebrazo y mirar en dirección a las escaleras. No era sorpresa para nadie lo retraída que estaba Mikasa desde que Eren había sido apresado, pero le fastidiaba ser testigo del exceso de atención que una chica tan fuerte y talentosa como Mikasa le prodigaba a aquel idiota.

—Siempre y cuando no deba hacer de conejillo de indias— se jactó, recordando la misión fallida de hace días—. Cuenta conmigo.

Más aliviado, Armin sonrió.
*

Apenas oyó el crujido del muelle de la cama de junto, Krista abrió los ojos y aguardó en absoluto silencio a que la conocida figura abandonara la sección de los dormitorios. Esperó por largos segundos antes de decidirse a levantarse de la cama  para seguirla a una distancia razonable.

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