N: este fanfic lo escribí para una amiga que me animó a terminar el anime y me gustó mucho.
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Un arrendajo gris con las alas moteadas de blanco planeó sobre las densas copas de los cipreses segundos antes de posarse sobre el linde superior de la muralla.
Recostado de espaldas sobre la hierba, Eren Jaeger se removió suavemente al oír la voz conocida llamándole, arrancándole del profundo y reparador sueño. Abrió repentinamente los ojos, sirviéndose de su antebrazo para cubrirse de las saetas de luz solar que, inclementes, alumbraban su rostro.
Aún adormilado contempló el sutil movimiento del ave al extender sus alas, batiendolas un par de veces antes de emprender el vuelo y perderse en el inalcanzable horizonte. Inconscientemente su mano se alargó, siguiendo por infimos instantes el recorrido trazado por el ave.
"Libre. Ella es libre"
Sus párpados se abrieron y cerraron un par de veces en tanto la silueta de la fémina que se recortaba a escasos dos metros de distancia se iba acercando.
La tibieza de las lágrimas transmutó a la sensación gelida cuando la brisa chocó con su rostro.
Extrañado, Eren se palpó con el índice, primero la mejilla, donde el frío beso del soplo vespertino le había acuciado, luego redirigió el tacto hacia sus húmedas pestañas. El rocío de las lágrimas permanecía indenme, delatando una honda y cruda tristeza oculta en lo más profundo de sus entrañas.
—Eren— hubo una repentina pausa al reiterativo llamado cuando su hermana adoptiva llegó a su lado. —¿Estás bien?
—S-Si— la respuesta salió torpe y atropellada, como la mentira que en realidad era.
Impulsado como un resorte, Eren se levantó. Se apresuró a limpiarse el frío reguero de lágrimas, sin recordar a ciencia cierta aquel vago y difuminado sueño que, muy probablemente, tendría que ver con su recientemente fallecida madre. Su mirada esmeralda fue a posarse sobre los grabados de la enorme y vetusta puerta que diferían en formas y relieves con la de su antiguo hogar más allá de la arcaica muralla tallada en piedra caliza, donde otra idéntica se hubo extendido, brindándoles una protección banal ante el sordido estallido de la guerra.
Por largos minutos, Eren permaneció abstraído, reavivando en su memoria aquel trágico día acaecido hace solo unos meses, cuando creían estar resguardados en una superficial paz, donde todo era aparentemente seguro.
Un año antes su padre se había enlistado en el ejército, abandonandolos tan pronto su presencia fue requerida en los campos de batalla. Aquella inhóspita decisión había acarreado a otras tantas, convirtiéndose en el aliciente de Eren que le impulsara a querer formar igualmente parte de las fuerzas armadas. Esa día se lo había comentado a Mikasa, y esta a su vez lo hizo con su madre en la merienda. Todo había generado en una discusión que, hasta la fecha, seguía pulsando en su cabeza cada tantas horas, azotandole el doloroso latigazo de la culpa al no haber hecho las paces con ella.
Esa misma tarde los tanques habían derribado no solamente el portón central, sino también todas y cada una de las casas en derredor, dejando un estropicio de sangre y cuerpos mutilados al paso. Ni siquiera se había podido recuperar el de su madre. En tal estado había quedado su antigua casa que, horas más tarde, el guarda del portón central relataría la suerte con que habían corrido Mikasa y él al no encontrarse dentro. Sin embargo a Eren el remordimiento de no haber estado con ella, ni haber podido salvarla, le perseguiría por el resto de su vida.
Tratando de animar un poco el ambiente ante la muda coyuntura, Mikasa habló.
—Hannes san nos esta esperando— creyó erróneamente que el anuncio conseguiría disipar un poco las penas de su hermano, pero no fue así.