Al despertar todavía seguía gritando y el corazón le latía a trompicones contra el pecho. Le tomó algunos minutos darse cuenta de dónde se encontraba y, al hacerlo, sus desaforadas exclamaciones cesaron.
Una pesadilla. Solo había sido una pesadilla.
Agitado, vislumbró a detalle el contorno de la infraestructura. Estaba de vuelta en el castillo Utgard, su nueva estancia temporal.
Toda la tensión acumulada brotó a través del hondo suspiro al levantarse de la cama.
Estaba a salvo. Quizá no en casa ni con su familia y amigos, pero se recordó a sí mismo que su panorama podría pintar de un tono más lúgubre de no haber sido por Levi.
Después de mirar por la ventana de la cornisa y notar la ausencia del Dosanko negro, decidió ir a la planta baja.
—Buen día, Eren.
En el espacio destinado al comedor, la joven de rubia cabellera corta le dedicó una sonrisa demasiado tirante para ser considerada auténtica.
—Buenos días— saludó con menor efusión al sentarse junto a la mesa. Usualmente solía ser El capitán Levi quien le recibía al amanecer, si bien no de manera cálida, al menos Eren ya se había acostumbrado a su presencia.
Sus ojos verde esmeralda se abrieron más al dar por sentado que Levi no se había presentado para despertarlo como antaño. A juzgar por la posición del sol, debía ser casi mediodía. El entrenamiento matutino tenía lugar entre las cinco y las seis de la mañana.
¿Qué había pasado?
La curiosidad de Eren se volcó entonces en la mujer.
—Levi...— Se mordió la lengua ante su propio yerro. No debía tutear a ningún superior. —El capitán— corrigió al tener frente a si un platillo a base de frutas silvestres, pan de molde y café.
—Ha debido ausentarse por la nueva misión— La breve explicación fue acompañada de una sonrisa más tenue pero igual de robotica.
Eren no dijo nada más. Asintió, agradeció el desayuno y procuró engullir lo que se le había servido. Pese a todo debía reconocer que la comida estaba buena, quizá demasiado. Lo único que le incomodaba era el semblante indescifrable de la mujer rubia.
Todo lo que sabía de ella era que se llamaba Yelena, se trataba de una prisionera de guerra y reciente aliada de la nación de Eldia. Al igual que a él, se le había concedido el indulto con la condición de cumplir sin cuestionamientos los mandatos del Rey, los cuales aparentemente incluían que se sumará a la vigilancia del castillo.
Aunque parecía ansiosa por preguntarle cosas, Eren agradeció interiormente que Yelena se reservara sus dudas y le permitiera tomar tranquilamente su desayuno. No fue sino hasta que engulló el último bocado que la rubia se levantó de la silla y tomó una suerte de libreta de la mesa.
—Debo tomar nota de las actividades de cada día— aclaró Yelena mientras garabateaba en el papel.
Lleno de dudas, Eren quiso echar un vistazo, pues le resultaba incomprensible que empezara a anotar cosas cuando aún no habían hecho prácticamente nada, sin embargo Yelena se volvió rápidamente y guardó el cuaderno de bitácora en el bolso oscuro de cuero junto al resto de sus pertenencias.
—Espero que estés listo, Eren— comentó, con su oscura mirada chispeante de anhelo. —Hoy te enseñaré a disparar.
*—Este será el campo de tiro. Lo usaremos tres veces a la semana.
Eren asintió de forma mecánica mientras contemplaba el terreno cuadrangular más alejado del sendero que conducía al poblado de la segunda muralla. Se trataba de una zona desierta y carente de vegetación. Una gruesa polvareda se levantaba esporadicamente con la brisa.