El sudor del esfuerzo se condensaba a través de diminutas gotas perlando su rostro. Bajaban por las sienes y hacia su barbilla. Se hinchaban y caían, otras se desvanecían en su recorrido por la dermis.
El sol resplandeciente en lo alto de la muralla bañaba tierras y campos con su implacable manto dorado.
Casi al borde de la extenuación, Eren alzó súbitamente la barbilla, cubriéndose la frente con el reverso del brazo para continuar ascendiendo por la cuerda. Un paso a la vez. La inmensa muralla frente a él le servía como punto de apoyo. Solo debía llegar al lugar señalado. Ni un centímetro más.
El sudor de las manos lo hizo resbalar medio metro. No podía detenerse o el cansancio acabaría por dominarlo. El entrenamiento había comenzado al mediodía, el ocaso estaba lejos. Debía llevar cerca de dos horas repitiendo el mismo ejercicio.
Si se soltaba, resbalaba o caía, seguramente no moriría, pero acabaría con al menos un par de huesos rotos.
Se forzó a impulsarse unos metros más y con una mano sacó la tiza que pendía del bolsillo externo del pantalón de su nuevo uniforme para trazar una línea horizontal, similar a las siete que ya había hecho en diferentes zonas del muro.
Poco a poco Eren fue descendiendo. Su mente ya no estaba en blanco. Era un manto negro de recuerdos emborronados que amenazaba con abrirse paso en su subconsciente. El rostro macilento de su padre, sus labios agrietados pronunciando su nombre una y otra vez, los brazos cubiertos de una fina capa de sangre seca agitandose en movimientos erráticos, buscandolo a ciegas.
Era todo. Kenny le había impedido hablar con él o acercarse. Todo lo que había hecho Eren antes de que lo sacaran a la fuerza fue llamarle tras los barrotes y asegurarle que lo sacaría de allí. Que estaría bien.
De nuevo el insondable abismo nublando su campo mental de visión. Afortunadamente había llegado a tierra para cuando empezaron los molestos calambres y las dolorosas palpitaciones subcutaneas. Se pasó el dorso de la mano para limpiarse los residuos de sudor escurriendo por su barbilla, pero se encontró con un camino irregular de sangre tiñendole la piel.
Estaba sangrando de la nariz. Primero gotas salpicando la hierba como el estallido de los pétalos de las Lycoris radiatas en el otoño, después las gotas formaron hilillos intermitentes. Jadeante, Eren se dejó caer de rodillas, arrastrado por el agotamiento y el punzante dolor muscular en brazos y hombros.
"Tengo que sacar a mi padre"
No iba a repetir el mismo error que con su madre. Ya no iban a separarlos. Aun podían volver a aquellos tiempos y ser una familia. Mikasa se alegraría tanto cuando lo supiera. Solo tenía que encontrar la manera de liberarlo.
***Firmemente sujeto a la barra fija, se impulsó con los brazos hacia arriba, hasta que su barbilla superó el grueso y resplandeciente tubo metálico. Tres series de cincuenta repeticiones y Kenny no dejaba de darle órdenes en cuanto terminaba un ejercicio para que diera inicio al siguiente.
Tres series de sentadillas.
Cuatro de abdominales.
Doscientas flexiones y treinta vueltas corriendo por el patio.
Nada de descanso, nada de agua o comida hasta que finalizara con el entrenamiento.
Levi había sido mucho más flexible en ese aspecto, pero recordarlo no tenía caso. No significaba nada para él.
El ardor de sus besos, la calidez de sus caricias. Nada era real.
El estrato más frío que predominaba en el subconsciente de Eren le repetía hasta el cansancio que lo olvidara. A lo largo de los últimos años había aprendido por las malas que todo cambiaba y nada duraba para siempre. Quizá su relación nunca habría progresado. Idealizaba demasiado a Levi, y allí precisamente, residía su absoluta perdición y ruina.