Vacía y culpable. Así se había sentido Krista desde que la habían separado de Ymir.
Todo era su culpa. Debió hacer caso a Ymir. Marcharse cuando tenían la oportunidad. De haberla escuchado, quizá ahora estarían del otro lado. Libres como siempre habían soñado.
—Ymir— balbuceó al borde de las lágrimas, abrazándose las rodillas al pecho en tanto su empañada mirada yacía perdida en el muro frontal del sector de entrenamiento.
¿Qué estaría haciendo Ymir en ese momento?
¿Seguiría con vida?
¿Cómo viviría Krista de ahora en más sabiendo que por su causa Ymir había sido apresada?
No podía seguirse lamentando sin hacer nada. Era Ymir quien estaba en riesgo. Su amada fuerte y testaruda chica.
Llorar no la llevaría a ninguna parte. Y ella necesitaba ir a donde Ymir cuanto antes.
Pero ¿Cómo?
Limpiándose las lágrimas con el brazo, Krista se levantó del cubil de paja. Se había encerrado tanto en la desolación y la derrota que, ahora que por fin las esperanzas le acariciaban el rostro, no sabía cómo proceder.
Recordó entonces lo cerca que habían estado de la libertad. Recordó a Ymir sosteniendo aquella grandiosa llave y mirándola con una resolución implacable momentos antes de que accediera a regresar para despedirse.
"Escucha bien, Krista. Si me atrapan, la llave permanecerá oculta en este punto. Promete que te irás si cualquier cosa sale mal".
Y lo había prometido. En aquel momento Krista le habría dicho a Ymir todo cuanto ella deseaba escuchar. No era su razón la que actuaba, sino sus ansias de querer cumplir con su papel como amiga y compañera de sus camaradas.
No había querido pensar en esa llave porque no pensaba hacer caso a su promesa. No huiría como una cobarde, dejando atrás a su amada Ymir y a sus queridos compañeros.
Esa no era la clase de persona en la que quería convertirse. Odiaba pensarse como la chica en apuros que necesitaba ser todo el tiempo salvada. Que requería de alguien más para poder salir adelante.
Ymir le había enseñado a ser fuerte, a encontrar la fortaleza interior y a querer ir mucho más allá de los límites impuestos por las leyes de las murallas.
—Voy por ti, Ymir— su susurro se perdió con el soplo del viento que arrastraba las hojas secas de los árboles.
Sus ojos estaban rojizos, pero la tristeza había desaparecido de ellos.
**Mikasa soportó los golpes en un silencio resignado y pesaroso. La última patada del guardia la derribó sobre su ya lacerado costado. El estallido de dolor que le produjo el calzado al conectar en las costillas fue abrumador. Pero no gritó. Se mordió los labios a tiempo cuando el escupitajo le pasó rozando el brazo y permaneció allí, oyendo los pasos secos alejarse.
"Maldito seas"
Empezaba a perder el conocimiento cuando una distorsionada silueta se materializó a su lado.
El recién llegado se puso en cuclillas para atender cuidadosamente sus heridas, dando suaves golpecitos con el esparadrapo humedecido. Aun sin abrir los ojos del todo Mikasa supo que se trataba de Jean. Llevaban días inmersos en la misma situación penosa.
El objetivo de sus querellas matutinas se debía principalmente a sus deseos porque la dejaran salir y la llevarán hasta Eren, pero los castigos asignados hasta entonces no iban más allá de las golpizas y la privación de alimentos.
