Epílogo

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El sol pegaba de lleno sobre el pastizal de la granja para cuando Ymir salió de su dormitorio.

Había visto a Krista desde más temprano, corriendo y jugando en el prado con los hijos de los vecinos granjeros que, entusiasmados, acudían sin falta cada mañana para acaparar la atención de Krista y formar parte de sus juegos matutinos.

La hora de los juegos ya había terminado. Krista estaba sola y se encargaba de cepillar conscienzudamente el cabello de uno de los caballos del establo.

Se la veía tan bella y fresca como un tulipan récien cortado.

El cabello le llegaba casi a los hombros y su expresión dulcificada no había cambiado un ápice, aún después de los crudos acontecimientos que habían vivido hasta entonces.

-Krista.

Ymir llegó hasta ella, la abrazó por la espalda y aspiró el aroma herbolario de su cabello dorado.

Krista no tardó en cesar con su labor para volverse a ella y corresponderle.

Mientras sus labios se unían en un cálido beso, Ymir pensó que el duro trayecto había merecido la pena. Al menos una de las dos había cumplido su sueño.

Y si aquellos imbéciles volvían pronto, esa paz que tenían ahora, prevalecería en la nación de Eldia por decadas.
***

La brisa alborotaba suavemente su cabello oscuro en tanto miraba hacia el incierto horizonte. Sus pies desnudos se hundían en el agua, rozando la granulada arena.

Mikasa se frotó los brazos al sentir un escalofrío treparle por la columna, producto de una ráfaga de aire.

Cientos de destellos se emitían sobre la superficie de la cristalina agua salada, creando un hermoso espectaculo visual.

Ese era el mar. Del que tanto les había hablado Armin. Del que se mostraron incrédulos un buen tiempo. Después de todo, no había nada parecido dentro de los muros.

-¡Eh, mira, Mikasa!- gritó Jean, apoyado junto a un montículo de rocas. Mikasa caminó despacio sobre la arena. El agua estaba helada, pero se sentía tan bien. Asi debía sentirse la libertad.

-¿Qué es?

Miró curiosa la caracola que sostenía Jean con gran emoción, como si hubiera encontrado un cofre lleno de oro.

-No tengo idea- rió Jean, sacudiendola para sacarle el agua-. Pero suena gracioso si soplas por este extremo- dicho lo cual sopló con fuerza. Un sonido estridente y grave retumbó sobre ellos, haciendo eco en la isla.

Mikasa rió encantada y se agachó a recolectar piedrecillas en tono nacarado.

Apenas lo hizo cuando Jean empezó a dar manotazos al agua para mojarla.

-Jean- se quejó ella, queriendo devolver el ataque. Pero en un segundo, Jean se había alejado a la seguridad de la orilla.

-¡Puedes golpearme si me atrapas!- apostó, incitandola a seguirlo.

Mikasa le arrojó una piedrecilla y corrió hacia él, riendo como nunca en su vida lo había hecho.

Por primera vez en mucho tiempo y pese a la honda ausencia de dos de sus seres amados, podía afirmar que se sentía feliz y plena.
**

El silencio era abrumador. Pero lo era más la soledad en torno a ella. Por un ínfimo instante se sintió como atrapada dentro de una coraza de cristal, sin poder ser oída por nadie.

Ese era el camino que había escogido desde niña.

Con cuidado, se inclinó sobre la lapida y depositó el manojo de margaritas encima de ella.

Era curioso los lugares inhospitos a los que te empujaba el destino. Annie siempre había pensado en Armin como el soldado más débil de su generación, pero ahora lo veía claro. Por fin entendía que, sin él, nada habría sido posible.

El gobierno había sido derrocado. Y no se legitimaría uno hasta que los heroes de Eldia regresaran.

Si es que lo hacían.
**

Eren miró hacia las burbujas y las suaves ondulaciones de las olas que se elevaban a los costados del barco. Estaba cerca del puente de mando. Llevaban casi un día de trayecto, pero en medio del mar parecían semanas.

-¿Todo bien?- lo abordó Levi, tocandole el hombro.

Eren asintió ligeramente y se apartó de la baranda. El primer día de viaje cuando partieron de la isla Paradis si que había pensado seriamente en tirarse por la borda.

La muerte de Armin le había afectado demasiado, al grado de hacerle escocer el pecho todavía.

Tantas muertes. Tanta sangre derramada.

Fue después de que Levi se tomara el tiempo de explicarle lo que contenía aquel cofre cuya llave había permanecido oculta en la nuca de Eren, que este se convenció de que debía luchar y seguir viviendo.

Asi la muerte de sus seres queridos no sería en vano.

Meses a la deriva en Marley le habían ayudado a meditar mejor las cosas.

Y aunque Eren conservaba gran parte de su odio, ahora no estaba dirigido a nadie en especifico. Sería rídiculo buscar culpables dentro de una red de embustes que se había ido tejiendo desde el secuestro de la princesa de Marley.

Esos conflictos no tenían por qué involucrar a dos naciones enteras y, además, estaba a punto de establecerse la paz en su tierra patria.

El tratado había sido firmado luego de largos pormenores y reuniones con los miembros de la realeza en Marley.

La libertad reposaba oculta envuelta en fina seda bajo la colchoneta de uno de los camarotes del barco.

Dentro de poco, las buenas nuevas estarían en boca de todo Paradis.

La guerra había terminado.

Todos eran libres para elegir su futuro de ahora en adelante.

-¿Una partida de Poker, Capitan?- sugirió Eren mientras echaba a andar hacia su camarote.

Media sonrisa subió por sus labios cuando Levi lo alcanzó a medio pasillo, fuera de la vista de la tripulación, para girarlo hacia él y estampar vorazmente sus labios.

De igual manera Eren le correspondió.

La mitad de su libertad estaba escrita en un papel. El resto había estado en manos de Levi, y seguiría estandolo.

Porque, para Eren, el amor incondicional equivalía a una libertad más grande que la terrenal y física...la espiritual.

Liberty.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora