Algo no estaba bien. Krista lo presintió al salir al patio para el entrenamiento matutino de resistencia. Hacía frío. Las nubes habían oscurecido el cielo y soplaba un intenso viento desde el poniente. Los cabellos se le mecían al compás del aire en una sedosa cascada dorada.
Lo primero que notó fue la ausencia de tres de sus compañeros en el patio. Armin, Mikasa y Jean no se habían presentado ni siquiera cuando pasaron lista, lo que llevó al estricto instructor Keith Shadis a organizar una búsqueda exhaustiva en cada una de las secciones de la base y notificarle cualquier hallazgo a la brevedad posible.
A Krista le preocupaba la situación que envolvía a sus amistades. Ellos la habían aceptado desde el inicio, la habían alentado a seguir aún cuando nadie creía que fuera a resistir los tres años de entrenamiento. Más que sus amigos, eran como su familia.
Seguro la ausencia tenía relación con Eren. Todos lo echaban de menos desde que lo habían trasladado a otro distrito por su quebrantamiento a las normas. En cierto modo Eren representaba una figura de líder sin autoridad dentro del escuadrón. Había sido él quien les infundió valor y esperanza en medio del caos, la tristeza y la nostalgia.
Ahora ellos debían estarlo buscando.
—Krista.
Ymir la abordó minutos más tarde a espaldas de los establos. Su rostro inescrutable y los labios tensos.
—Tiene que ser hoy— musitó en tono inflexible, y Krista percibió cierta desesperación trasluciendo en sus palabras—. Todos están distraídos buscando a esos idiotas. Debemos hacerlo al anochecer.
Aun aturdida por lo que acontecía, Krista miró en todas direcciones para cerciorarse de que nadie las veía. Ymir tenía razón, hasta cierto punto. Cabos, cadetes y capitanes se hallaban abstraídos en la labor de encontrar a los tres miembros faltantes de la cuadrilla. Buscarían por todo el radio hasta dar con su paradero como era menester. No se trataba solamente de tres soldados. Mikasa figuraba entre las más fuertes de su división. Armin poseía un intelecto nato indiscutible, y el modo intempestuoso de Jean era invaluable. No podían darse el lujo de perder a uno solo.
—No sé si...— había empezado a titubear cuando Ymir la jaló del brazo al interior del establo. Krista pensaba reprocharle el impulso hasta que vio a Ymir sacar de su cuello una cadena de la que pendía una llave. Sorprendida, arqueó las cejas—. Es...
—La llave de acceso del muro Rose.
*
Cuando volvió en sí estaba recostado en el colchón de un pequeño cuarto de paredes grises. Su cuerpo estaba
medio deshecho, con tres costillas fracturadas. Le costaba jalar aire. Se palpó la venda de la cabeza, las suturas junto al adolorido párpado. Quiso darse la vuelta y un profundo aguijonazo de dolor en el tórax lo hizo gritar.Pronto una enfermera apareció junto al lecho para suministrarle lo que Eren supuso un sedante.
—No, espere...— quiso detenerla, aún medio inconsciente, pero era tarde. Sus ojos se cerraron con pesadez, arrastrandolo al embrujo seductor del cansancio.
Imagenes vivídas iban y venían a su memoria. Mikasa con el labio roto, llorando, gritando y abrazandolo contra su pecho. La voz de Armin llamandolo desde lejos.
—Quedate conmigo, Eren. Por favor no te duermas.
Y él asintiendo, tomando uno de los extremos de la bufanda en su afán de quitarsela. No entendía con qué objeto seguía conservandola. Le era más sencillo aferrarse a una insignificancia que razonar en lo que le estaba pasando. En el dolor potente de su cuerpo, diez veces peor que el que alguna vez experimentó a manos de Levi.
