XIX

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Dos días y sus respectivas noches lo mantuvo Kenny aislado en el húmedo y frío calabozo. Las primeras cuatro horas que estuvo inconsciente, Eren no las resintió, sino que, más allá del dolor agudo de su cuerpo, agradeció el descanso momentaneo, una liberación absurda e insignificante. Las horas siguientes a su despertar las pasó maldiciendose a si mismo, a su debilidad y cobardía. Se angustió por Armin, y su desasosiego no hizo más que crecer.

Los minutos los sintió horas.

Los dos días fueron para él agonicas semanas donde se le permitió apenas un vaso con agua y unas migas de pan seco y rancio.

Cuando Yelena fue por él, Eren la tomó primeramente como un espejismo. Los fantasmas de su pasado no dejaban de perseguirlo. Estuviera dormido o despierto los veía en todas partes cada vez abría los ojos en medio de la asfixiante oscuridad de la celda.

El cuerpo mutilado de su madre se erguía en una esquina. El de su padre, con casi la mitad del craneo fisurado y una profunda herida sanguinolenta que jamas cicatrizaría, se arrastraba, alargando un tembloroso brazo y pidiendo ayuda en el suelo.

Entonces reaccionaba o despertaba gritando hasta casi quedarse afónico, y las sombras volvían a ser estaticas figuras amorfas sin vida.

Camino a las regaderas, Yelena le dio la firme instrucción de que se aseara y le dejó un uniforme limpio y doblado en un banquillo.

Eren la miró apenas. Se sentía rídiculamente exhausto y la preocupación con respecto al paradero de Armin taladraba su inquieta psique cada tantos minutos.

Que tonto había sido.

Todos esos años creyendo que podría ser libre. Toda su infancia desperdiciada en una utopía tan inalcanzable como lo era atravesar esas gruesas murallas de granito para descubrir un mundo mejor y más maravilloso, lleno de riquezas de toda clase y misterios que no podía desvelar estando ahí dentro.

Un anhelo tan borde e insustancial. Un deseo patetico y egoísta donde nadie lo restringía ni le daba órdenes. Donde su destino no estaba sellado en un simple papel.

De pronto se sintió asqueado de sus propias fantasías. Ahora lo tenía todo muy claro. Sería afortunado si sobrevivía un mes de esa forma.

Incluso su sueño de convertirse en soldado se había cristalizado del todo.

¿Para qué peleaba?

¿Por quién?

Se enjabonó a las prisas y enjuagó su cabello con el agua helada como el hielo. Después se secó y fue a buscar su muda de ropa. Creía un genuino desproposito vestir un uniforme de un rey que no idolatraba, pero igualmente se vistió los pantalones y, al hacerlo, una pieza de metal tintineó en el suelo, rebotando una sola vez en la dirección contraria a las regaderas.

Confundido, Eren se apresuró a tomar el objeto alargado rematado en forma semiovoide con tres muescas al costado entre sus dedos. Tembló al dar por hecho que era una llave. La misma que le había visto a Kenny Ackerman días atrás.

Se trataba, posiblemente, de una copia de la llave de su oficina.

Corrió a asomarse por el pasillo que conducía al patio. Pero fue tarde. Yelena se había marchado, indiferente y antipatica como de costumbre.

¿Acaso pretendía ayudarlo?

¿De qué le servía a él la llave de la oficina de Kenny?

Decidió no tentar a la suerte y guardó la pieza en el costado de una de sus botas.

Ya intentaría averiguarlo más tarde. Lo importante era ver a Armin primero.

***

No había una sola nube. El cielo estaba claro, despejado, vertiendo una luz intensa rojiza proveniente de la puesta de sol.

Liberty.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora