Erwin avanzó cauteloso hasta el escritorio de nogal tras anunciarse en la puerta.
Darius Zakley estaba colocando un sello con cera caliente en medio de un sobre.
—Comandante Smith, no le esperaba— dijo tras ajustarse la montura de sus gafas y señalarle la silla vacía.
—Me disculpo por mi intervención a deshoras— comunicó, tomando asiento con inquietud—. Es sobre Levi Ackerman. Fue encarcelado sin un enjuiciamiento previo. No hay ninguna orden de arresto en su contra. Me parece que ha habido una equivocación.
—¿Ah, si?— se jactó el anciano, interrumpiendo de pronto su labor—. A mi me parece que usted no está familiarizado con algunas incidencias que han tenido lugar los últimos días. Se registró la oficina de Levi Ackerman debido a una acusación en su contra.
—¿De qué tipo?— Erwin se apretó las manos para contener los reclamos, a sabiendas de que también estaba involucrado.
—Divulgación de datos extraoficiales no legítimos. Se encontraron algunos recibos y anotaciones, así como una hoja de los registros que fueron publicados en el periódico. El comité de la federacion de comercio fue atacada poco después de que salieran los primeros tomos por unos guerrilleros que dicen estar de parte de Eren Jaeger.
Erwin inspiró hondo y cerró los ojos. Ahí estaba. Jamás debió ayudar a Levi a entregar los registros a la imprenta.
—¿Se puede saber quien le acusó?— tanteó, serio.
Darius se cruzó de brazos, viéndolo fijamente.
—La misma soldado de confianza que nos entregó al otro traidor que robó parte de los registros.
—¿Otro traidor?, ¿Eren Jaeger?— Erwin contrajo las cejas, confundido ante la silente negativa.
—Armin Arlert— sentenció Darius en aparente estado de calma.
**El aire se le salió de golpe ante el nuevo puñetazo que le fue encajado de pleno en el estómago.
Sangrando profusamente de la boca y con el ojo izquierdo cerrado y amoratado, Jean rió sin vestigio alguno de animo. Lo tenían atado de brazos y piernas a una silla desde el amanecer. Sin agua ni alimento.
El sol del atardecer ya se adivinaba tras los resquicios de los tablones de madera. Cabizbajo, trató de normalizar su respiración antes de que un nuevo golpe lo alcanzara en pleno rostro.
Marlowe no titubeó al sujetarlo del cabello y forzarlo a levantar la cabeza.
—Leonhart dijo que tu eras uno de los cabecillas que ayuda a Eren a escapar, así que lo diré de nuevo, ¿Qué es lo qué pretenden hacer?
Pese a todo, Jean sólo podía pensar en el dolor lacerante de su rostro, en la sed que sentía. Tenía y quería ser fuerte, pero ya había llegado a su limite. No tenía ni idea de cuanto había resistido.
¿Estaría Mikasa esperando su regreso?
¿Volvería a verla?
Tenía que dejar de ser tan pesimista. Siempre envidió esa parte del idiota de Eren. Su forma surrealista de ver las cosas.
—Habla— otro puñetazo.
Saboreando el gusto metálico de la sangre, Jean se tambaleó en la silla. Faltaba poco para que perdiera el conocimiento. Tendría que cooperar de una vez.
Si. Ya era tiempo.
—Yo...
—¿Sabes hacia donde conducirán a Eren para que escape?
Jean asintió débilmente. Escupió el cúmulo de sangre a su costado antes de hablar.
—Distrito Stohess.
**Krista tomó una buena bocanada de aire después de trenzarse el cabello y atarse las puntas con un trozo suelto del hilo de su pantalón. Ymir la observaba pragmática, con el ceño fruncido.
—¿No te arrepentirás luego?— quiso saber.
Concentrada, Krista negó. Alzó el trozo de botella y empezó a raspar la mitad de su cabello con ayuda del filo.
—Jamás me arrepentiré si se trata de ayudar a un amigo.
—Nunca cambiaras— resopló Ymir, llegando hasta ella para quitarle el vidrio y emparejarle los lados—. Espero que ese idiota sepa lo que hace— susurró.
Al terminar, apretó protectoramente a Krista contra su cuerpo. Sin ninguna molesta distancia de por medio. Aún no había guardias merodeando por los alrededores porque ni siquiera había amanecido.
Y allí estaban ellas dos, arriesgando lo poco que les quedaba por una brizna de esperanza. Ya no sólo era por Eren, sino por toda la nación de Eldia.
La que las había sometido, esclavizado y humillado.
El lugar al que pertenecían y en el que Krista quería quedarse.
Al fin y al cabo, las raíces no dejan de ser raíces.
**—No soy un perro— se quejó Levi al escuchar el cuenco de agua deslizándose en su dirección. Estaba sentado a un lado de los barrotes. Con la espalda apoyada en la pared y los ojos cerrados. Si iba a estar en la oscuridad, prefería que fuera una que él pudiera elegir. No una desconocida y putrida, sino sólo la negrura que predomina la mente al privarse del sentido de la vista.
—No estoy segura de ello, pero incluso si no eres un perro, apuesto a que tendras sed.
Lentamente Levi abrió los ojos para enfrentarse al semblante robotico de Yelena, quien le escudriñaba del otro lado de los barrotes, sosteniendo una antorcha frente a su rostro.
—¿Qué haces tú aquí?— desconcertado, Levi se incorporó del suelo.
Yelena lo miró con media sonrisa socarrona. Como si, lejos de tener lugar la pregunta, acabará de escuchar una broma de mal gusto.
Daba igual porque a Levi jamás le agradó esa mujer. Y seguía en las mismas.
—Deberías agradecerme— dijo Yelena, agitando las llaves frente a la mirada profunda e inescrutable de Levi—. Soy tu pase a la libertad.