—Realmente no te entiendo, Krista.
Ymir volcó su mirada en la celda frontal donde yacía la susodicha, sonriendole aún cuando tenía el labio inferior partido y su bello rostro cubierto de hematomas.
Amaba a Krista, más de lo que era capaz de expresar, pero habría preferido saberla libre, cuanto y más ahora que se había esparcido la noticia del cese indefinido de la guerra.
Quería que Krista estuviera bien y a salvo, que disfrutara un poco del exterior y se olvidara de todo el sufrimiento y la esclavitud a la que las habían sometido por años. Sin embargo, Krista había regresado, había renunciado a la libertad por ella y ahora incluso le decía que ya no quería dejar las murallas, que no le interesaba saber qué había afuera y que no iría a ningún lado sin ella.
—Lo estuve pensando mucho, Ymir— murmuró Krista, de rodillas y aferrada a los barrotes—. Lo único que detesto son las leyes, pero no quiero renunciar a mi hogar si tu estas conmigo.
Ymir la observó en silencio, sabiendo que Krista se estaba sincerando desde lo más profundo de su corazón.
—Quiero vivir en alguna de las granjas en Rose. Quisiera enseñar a los niños y dejar de ser una soldado.
—Creí que estabas harta de tener que cuidar de los demás— suspiró Ymir—. Que ya no te importaba ser la chica perfecta que siempre hacía lo que los demás querían.
—Precisamente esto es lo que quiero, Ymir. Vivir mi propia vida, alejada de esta esclavitud. Quiero dejar de preocuparme por quien morirá hoy o mañana. Seré fuerte e independiente a mi manera, pero me gustaría que estuvieras a mi lado.
—¿Tu y yo viviendo en una granja y cuidando niños?— la risa de Ymir estalló en un agudo eco resonante.
Krista agachó la cabeza, herida y apenada por su propia transparencia.
La risa sarcástica de Ymir perdió intensidad. Sus labios dibujaron una sonrisa enigmática.
—No veo por qué no— aceptó, cruzándose de brazos. La sonrisa de Krista relució, magnífica como un campo de flores en pleno sol—. Pero primero tenemos que pensar en cómo salir de aquí.
***
A primeras horas de la mañana, Marlowe se presentó en las celdas subterráneas. Su expresión comúnmente seria denotaba preocupación.
Eren lo miró decepcionado desde su celda. Había esperado que Levi se presentara a esa hora.
¿Y si había cambiado de opinión?
¿Qué tal si solo quería convencerlo para que aceptara lo de la cirugía?
Las inseguridades lo rondaban como un avispero mortal. Quería creer en Levi, pero la situación se estaba complicando demasiado entre ellos. Siempre había algo interponiendose. Incluso echaba de menos los días en la estructura abandonada del castillo, donde se habían entregado y amado. O al menos Eren lo había hecho.
—Me llevaré a uno de ustedes a los calabozos contiguos— externó Marlowe, repasando las celdas y viendo detenidamente a los prisioneros.
Uno por uno se fue fijando en ellos hasta detenerse en Eren.
—Tu eres el más problemático— señaló, abriendo las esposas que llevaba en el cinto.
Eren retrocedió alarmado. No debía permitir que lo cambiaran. Hanji se presentaría para la cirugía y sería más difícil solicitar un permiso si lo tenían como un recluso de cuidado.
—Llévame a mi— habló Mikasa para sorpresa de los presentes—. No soporto estar encerrada con estos idiotas.
"Mikasa..." pensó Eren, gratamente sorprendido por la ayuda que le estaba brindando su hermana.
Marlowe sacó el juego de llaves y le dirigió una mirada de soslayo.
—¿Por qué te llevaría a ti?— bramó—. Acabas de llegar. Además, por culpa de este muchacho Kenny fue trasferido y Levi esta...
El atronador grito de dolor disipó las palabras de Marlowe, quien saltó asustado en dirección a la primera celda.
—Mi pie...— se quejaba Armin con gruesas lagrimas en los ojos.
Estaba sentado descalzo en una orilla de la celda, sosteniéndose el pie que presentaba dos diminutos agujeros que Marlowe no vio bien hasta que abrió la cerradura para inspeccionarlo de cerca.
—Fue una serpiente— lloró Armin, acariciandose la zona purpurea—. La vi arrastrarse fuera después de morderme.
—Entonces iras tu conmigo— arguyó Marlowe, obligandolo a ponerse de pie para arrastrarlo fuera de la celda—. Te revisaran en la enfermería y después te llevaré a los calabozos.
Armin asintió a duras penas mientras caminaba junto a Marlowe. Ya fuera dejó caer el pequeño guijarro que había afilado para emular la supuesta mordida.
Después de revisarlo y desinfectarlo, lo llevaron al área de las celdas contiguas.
Al paso, Armin vio confundido las celdas que estaban siendo ocupadas hasta por tres reclusos.
¿Por qué había tantos civiles encerrados?
Antes de que pudiera formular la pregunta, Marlowe lo empujó dentro de la última.
—¡Armin!
Krista fue a abrazarlo mientras Ymir torcía los labios con fastidio.
—Tuve buena suerte— pronunció Armin, fijándose en las demás celdas.
—¿Qué te pasó en el pie?— se interesó Ymir, viendo en pose circunspecta la venda.
—Larga historia— exhaló Armin, yendo a buscar una piedrecilla—. Algo grave está sucediendo afuera. Creo saber de qué se trata, pero primero quiero pedirles ayuda para llevar a cabo un plan.
—No— dijo Ymir de inmediato.
—Ymir...— musitó Krista con la mirada brillante.
—Es complicado— siguió diciendo Armin en voz baja, como si no la hubiera escuchado—. Necesitaremos la ayuda del Capitán Levi, aunque escuché que fue herido y lo están atendiendo.
Trazó el dibujo de tres círculos que representaban las murallas, algunos árboles que figuraban como el bosque exterior y luego un signo de interrogación.
—Lo primero será llevar a Eren a ...no, espera, ¿Qué haces?— se exaltó cuando Ymir acudió a borrar el dibujo con las suelas de sus zapatos.
—Te dije que no— lo amenazó, sujetándolo del cuello de la chaqueta.
—Ymir, no hagas esto— se irritó Krista, tomándola del brazo—. Si no quieres ayudar, respetaremos tu decisión, pero no te atrevas a decidir por mi. Te dije que tomaría las riendas de mi vida y eso voy a hacer. Y yo quiero ayudar a mis amigos.
Perpleja, Ymir soltó a Armin y se enfrentó a Krista.
—No seas idiota. Nos mataran si nos atrapan.
—Entonces que así sea— se rebeló Krista. Su mirada incipiente como dos témpanos de hielo.
Parecía más determinada y valiente que nunca.
Ymir negó con la cabeza y se arrodilló junto a Armin.
—Tenías razón— murmuró, palmeandole el brazo con hosquedad—. Tienes mucha suerte, infeliz.
Armin atinó a sonreír nervioso.