Observaba los deslumbrantes centelleos del sol que proyectaban ondas sobre el prado, lleno de regocijo y anhelo al saberse en la superficie y respirando el aire puro del exterior, en vez del húmedo y rancio de su celda. No obstante, en ningún momento, Eren advirtió la llegada de Hanji hasta que el cantarín llamado resonó a pocos pasos de su espalda. Entonces Eren se volvió para devolverle la sonrisa a modo de saludo.
En cosa de segundos, Hanji llegó hasta él con un maletín que albergaba todo tipo de extraños artilugios. Instrumental médico que Eren reconocía gracias al trabajo de su padre.
¿Cuántas veces no había visto un estetoscopio al bajar al sótano de su hogar aún a sabiendas de que su padre se molestaría por interrumpirle?
Muchas.
Quizá demasiadas.
Eren suspiró de alivio cuando la mujer dejó todos los objetos al descubierto. No había rastro alguno de jeringas.
Por casi una hora, Hanji lo sometió a toda clase de exámenes básicos realizados con anterioridad. Desde la vista hasta su ritmo cardíaco. Después lo midió y le pidió que corriera un tramo para llevar un registro sobre su condición física.
Cada prueba fue aprobada con rotundo éxito, y Eren no pudo evitar sentirse un tanto nervioso e incómodo ante aquella mirada tan radiante que Hanji le dirigía en toda ocasión.
—Muy bien, Eren— lo felicitó, dando un par de amistosas palmadas a su espalda. —Te has vuelto más veloz y estás ganando masa muscular. Tu salud está mejor que nunca.
Eren fue a replicar sobre las pesadillas que le habían estado asediando cada noche, pero desistió al reparar en la expresión emocionada de la mujer.
—Hanji San...¿Qué es aquella sustancia que me inyectaste antes?— sorteó terreno, volviendo la mirada a la construcción que había sido destinada como su nueva prisión temporal. —¿No volverás a ponermela, cierto?— su pregunta fue acompañada de una suave y persuasiva súplica que Hanji notó en el momento.
De nuevo su rostro perdía todo rastro de efusividad para disolverse en una máscara fría que no admitía reclamos.
—Se trata de un medicamento experimental de bloqueo nervioso— explicó Hanji en un susurro, mirando alrededor suyo como si temiera ser escuchada. —Es un compuesto de Prilocaina, Bupivacaina, y...— se silenció al ver el semblante confuso de Eren—. Estarás bien, Eren. No necesitas saber datos innecesarios. Aunque si prefieres escuchar otra clase de información, no me importaría decirte todo lo que sé al respecto.
Débilmente, Eren sonrió. Sabía que Hanji solo cumplía con la encomienda dada por la corte. Era un eslabón más en la cadena de opresión interna de las murallas.
—Ademas— continuó Hanji con un exhalido, recogiendo el instrumental para guardarlo en el maletín. —Te vigilaremos día y noche, así que no tienes de qué preocuparte. Nada malo va a pasarte, pero reportanos todo lo que sientas o experimentes. El mínimo cambio negativo debes hacérnoslo saber. Así podremos argüir a tu favor para suspender el experimento.
Eren la ayudó a recoger las piezas faltantes. Hanji estaba mintiendo para tranquilizarlo. Era evidente que no suspenderían el experimento aún a costa de su vida. El rey debió esclarecerlo en su veredicto. Debía ser esa la condición de la que hablaba antes Armin.
—¿Podré ver a mis amigos otra vez?— se fijó en el paisaje del horizonte. Todo el perímetro estaba cubierto de vegetación, pero atravesando el sendero, se encontraba el poblado de la muralla Rose.
