XII

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-¡Ymir!

Aquella voz dulce y sosegada que se había transformado en un llamado desesperado y lastimero, no dejaba de repetirse a sus espaldas. La había escuchado perfectamente cuando abandonó la sección de los dormitorios por la mañana, y de nuevo en el comedor, una vez terminó con su ración de sopa de hortalizas y papas cocidas. Ahora nuevamente la oía, a menor distancia cada vez.

-¡Espera, Ymir!

La ignoró. Tal como hizo las veces anteriores, siguió de largo por el patio, mascando su propio enojo que se había desbocado desde la noche anterior, cuando habían estado tan cerca de lograr su cometido.

Habían salido al anochecer, llevando cantimploras y una provisión de comida hurtada por la tarde. El imbecil de Reiner había cumplido su parte. El guarda estaba tendido inconsciente sobre el rocío de la hierba. No tardarían en advertir lo que pasaba. Debían apresurarse.

Y lo hicieron.

Fue más sencillo traspasar una entrada sin custodiar a caballo que robar a hurtadillas una de las llaves tan recelosamente resguardadas por uno de los subordinados de Dot Pixis.

Pudieron llegar sin contratiempos a la entrada del muro Rose en menos de dos horas.

Estaban cerca de la libertad, cerca del exterior, y al diablo todo lo demás. Bien podrían sobrevivir afuera si se tenían la una a la otra. Vivirían el tiempo que les quedara pero en mutua compañia y lejos de los grilletes de una sociedad opresora que dictaminaba lo que debían hacer y pensar. Todo era cuestión de deslizar la llave en el cerrojo de la puerta de fortificación y destrabar la barra de seguridad interpuesta en el batiente superior y los goznes para que la segunda puerta levadiza del terraplen adosado junto al muro descendiera.

Lo que dijo Krista, segundos antes de que Ymir se acercara más a la puerta, acabó por exacerbarla. No era inesperado del todo. Lo había imaginado desde antes, y sin embargo, la oportunidad de que ella lo dijera se prestaba estando a un paso de la libertad.

-No puedo hacerlo.

-¿No puedes?- y ella la había observado, no con cálidez y comprensión, sino de forma más bien cólerica al ver todo su plan derrumbarse.

-Podrían estar en problemas. Eren, Mikasa, Armin y Jean. Deberíamos volver y buscarlos.

Tan cerca y tan lejos.

Krista. La dulce y tierna soldado. La servil mujercita. Rostro de muñeca y ojos de ángel, se había retractado en el último minuto. Después de jugarse el todo por el todo, la encaraba para decirle que prefería el todo por el nada.

¿Y por quienes? ¿Por unos fanfarrones que gustaban de meterse en problemas todo el tiempo?

-¿No lo entiendes?- Ymir casi rió, más presa de los nervios que por la hilarancia que envolvía el asunto en sí. -No habrá otra oportunidad, Krista. Lo juraste. Juraste que dejarías de jugar a ser la maldita heroína para poder vivir tu propia vida.

Los grandes ojos azules se habían atiborrado de lágrimas. E Ymir tensó la mandíbula al ver frustrado su sueño de escape.

-Nos necesitan.

-No es asi- deseó zarandearla para hacerla entrar en razón, pero solo rozó su mano para entrelazar los dedos y transmitirle su entereza-. Tú los necesitas más a ellos. Sigues pensando en ayudarlos porque quieres convencerte y demostrar de que tu existencia tiene más valía de la que el mundo entero te negó.

-Ymir...

Lo sabía. Había hablado de más, pero no le importaba. No si con ello hacía que se diera cuenta de que dejaban atrás un mundo ruin y corrupto.

Liberty.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora