24. ❛ No podré resistirme ❜

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Charly

Me sentía demasiado bien junto a ella. El calor de su piel desnuda contra la mía, erizándose cuando mis dedos la recorrían... Su olor, su sabor... Era como si estuviéramos atrapados en un momento mágico del que no quería escapar. Algo había cambiado entre nosotros aquella noche, lo sabía.

—Está hermoso el cielo hoy —susurró.

—Muy hermoso —respondí, aunque mi vista estaba únicamente concentrada en ella.

No podía verla muy bien mientras la abrazaba contra mi pecho, pero sí podía vislumbrar el perfil de su sonrisa tenuemente iluminada por la luna y las estrellas. Parecía salida de un cuadro, o de un cuento.

—Deberíamos regresar antes de que nos echen en falta.

—¿Tan rápido querés huir de mí? —dejé un beso lento en su cuello.

—Claro que no, lo que no quiero es tener que contar todo lo que hicimos.

Unas caricias después, reuní la suficiente fuerza de voluntad para pararme y vestirme. Le pasé a ella su ropa, algo triste. Desnudar a las mujeres era mucho más divertido que vestirlas.

Recogí todo y prendí la linterna del celular mientras Yeimy se ponía en pie, y no pude evitar sonreír al ver sus piernas temblar como si estuvieran hechas de gelatina. Fui a su lado y rodeé su cintura con el brazo.

—No se me vaya a caer, princesa.

—No seás tan convencido, puedo andar perfecto.

—¿En serio? Me alegra que te estés acostumbrando, porque muy pronto te voy a hacer eso cada noche —susurré con voz ronca.

Ella no me corrigió ni se apartó, solo regresó conmigo al carro para guardar las cosas y, una vez con los brazos libres, pasé uno por su espalda y otro bajo sus rodillas para cargarla.

—¿Qué hacés, idiota?

—Echo de menos a la Yeimy de hace unos minutos, la que me suplicaba que le hiciera de todo.

—Oigan a mi tío, yo no te supliqué nada.

—Pero tu cuerpo sí —besé aquel punto sensible de su cuello que la hacía temblar cada vez.

Caminamos de vuelta a las tiendas, hasta que oímos las voces de los niños cantando alrededor de la hoguera. Dejé a Yeimy suavemente en el suelo.

—¿Podés sola? —me burlé.

—Imbécil.

—Tu imbécil —gemí, besándola.

Nuestras lenguas se enredaron en un beso caliente y profundo. En comparación con lo que acabábamos de hacer, no era tan grave que nos descubrieran haciendo eso.

Cuando llegamos a la hoguera mi mamá se acercó a nosotros.

—¿Y ustedes por qué me dejaron sola con estos salvajes? Muy groseros.

—Fuimos a dar un paseo rápido y nos perdimos, amá, perdón.

—Sí, nos perdimos —confirmó ella rápidamente.

Unas pocas canciones y mandamos a los niños a acostarse. Yeimy y mi mamá se fueron a dormir y yo me metí en la tienda, solito y exhausto tras tanta actividad física en la última hora.

Me despertó alguien picándome en la mejilla. Abrí un poco los ojos, notando que el exterior aún seguía oscuro.

—¿Qué pasa? —murmuré medio dormido, volviendo a cerrar los ojos.

Una miradita, princesa (Charleimy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora