Patrulla

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—¿La sala de música?—preguntó Eugene cuando les asignaron su lugar de patrulla.

—Sí, no la hemos revisado en un tiempo—asintió su líder—. ¿Puedes ir a ver alrededor en la noche?

La sala de música... le recordaba a lo fastidioso que era tocar la flauta. Aunque se sabía las notas, sus dedos se bugueaban en las partes más rápidas y acababa haciendo como que tocaba, cuando en realidad no lo hacía.

Eugene no replicó y la empujó fuera del 1-C, guiándola por los pasillos y escaleras hasta el aula insonorizada. Se veía bastante emocionado con la idea de ir hasta allí, pues había notado que siempre caminaba como si vivir fuera demasiado duro. Pero esta vez, caminaba rápido y erguido, leyendo los cartelitos hasta detenerse frente a una de las puertas.

A penas la abrió, el polvo voló y se metió en su nariz, haciéndola estornudar. Espantó el polvo con la mano, asqueada. Tosió un poco y decidió cubrirse la nariz hasta que el polvo volviera a asentarse. A su madre le hubiese dado un patatús al ver todo ese polvo. Habría agarrado un trapo húmedo y lo hubiese pasado por todos los muebles, gritándole para que la ayudara. El recuerdo le dió escalofríos.

—Uff, polvoriento—vió cómo se subió la mascarilla, con una mueca de disgusto.

—¿Nunca has estado aquí antes?—le preguntó, adentrándose.

—No, es la primera vez que me mandan aquí—la siguió—. Los demás son los que patrullan más esta zona.
Sonó triste, y la curiosidad le picó tanto que...

—¿Qué pasa? Pareces triste—dijo antes de poder contenerse.

—...Nada, solo echémosle un vistazo rápido y vámonos—le pidió con su usual firmeza, y sin embargo, seguía sonando melancólico.

Decidió no preguntar hasta dentro de un rato. Admiró el panorama. Todo estaba polvoriento por el tiempo que llevaba abandonado. La luna, como siempre, lo hacía parecer más bonito. El aula no tenía manchas de sangre, no tenía la firma de la muerte, lo que la hacía aún más cómoda. El lugar en el que debía estar el profesor, era una tarima de madera, que tenía su escritorio, y un gran piano.
Visualizó a su profesor de música yendo y viniendo, tocando una melodía en el piano mientras ellos acababan de copiar una partitura; o también sentado con la flauta en manos, digitando mientras marcaba el pulso con su pie.

El piano parecía gritar por que alguien lo tocara, e hiciera música con él, y lo hubiese complacido de no ser porque no había tocado un piano en su vida. Buscó con la mirada a Eugene, y lo encontró mirando el instrumento con añoranza.

—¿Empezamos a mirar?—aunque era curioso verlo en ese estado anímico, era bastante desconcertante, y extraño, así que, para distraerlo, le recordó su deber.

El rubio se sobresaltó. Al parecer, estaba verdaderamente concentrado. Asintió como si no hubiese pasado nada y empezó con su labor, siendo imitado por ella. Revisó que las ventanas estuvieran bien cerradas, si la pared tenía agujeros, o si había algo inusual. Pero solo habían instrumentos musicales y polvo.

—Todo bien por aquí, Eugene—avisó, mirando por la ventana—. ¿Deberíamos regresar?

Al no recibir respuesta, se giró. Lo encontró mirando el piano de la misma manera que antes, a unos pocos pasos de la tarima. Se acercó también.

—¿Quieres tocar?—la pregunta era tonta, y la respuesta más que obvia, pero como no parecía dispuesto a dar el paso, decidió ayudarlo.

—¡No! ¿Por qué querría?—dice, alterado. Sip, definitivamente quiere tocarlo.

Pueden tacharla de incomprensiva y lo que quieran, pero no le veía caso a negárselo a sí mismo cuando se le notaba de lejos que le hacía ilusión.

—¿Entonces por qué lo miras tanto?—intentó sonar lo más tranquila posible, pero le desesperaba que estuviera así.

Compañeros Peligrosos || Tú Y Todos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora