Episodio 11

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Ethan camina cuidadosamente entre el desorden de cajas para mostrarle lo que tenía en manos. Era una palanca de metal, llena de sangre, lo que significaba que antes era un arma.

—Eso hará el trabajo—aseguró ella.

Él asintió y ambos caminaron silenciosamente por el pasillo. El primer lugar en el que pensó fue en la biblioteca, y después pensó en el pasillo en el que alguien la había perseguido. Ambos llegaron a la puerta cerrada, y se apartó para que Ethan pudiera hacer su trabajo.

—¿Lista?—pregunto él, encajando el objeto en la bisagra.

—Sip.

Ethan empujó la palanca y la puerta se abrió fácilmente con un feo sonido que resonó por las paredes. Esperaba que nadie fuera a revisar. Se asomó desde fuera, con la esperanza de escuchar a Judy gritar alegremente por ser encontrada, o que saliera corriendo directo a sus brazos.

Nada de eso pasó.

Ethan le hace una seña para entrar, y ambos ingresan. El olor a humedad era potente, por lo que arrugó la nariz con desagrado. El polvo también volaba por el ambiente, lo que quería decir que ese sitio no había sido usado en un tiempo. Suspiró con decepción. Ella no estaba allí.

—Me equivoqué—murmuró.

Ethan camina entre los libreros, asomándose con la palanca fuertemente agarrada en su mano derecha. Estaba haciendo lo mejor que podía para ayudarla, sacrificando tiempo de sueño para ayudarla a cumplir su capricho. Capricho porque algo dentro de ella le decía que dejara de intentar, porque Judy no estaba en ninguna parte y no la iba a encontrar nunca más.

Pensó en decirle que fueran a dormir, pero sería una pérdida de su esfuerzo por abrir la puerta y no caer dormido.

Se adentró más, imitando a Ethan. Tal vez podrían agarrar unos libros para usar de leña, y mantenerse todos calientes en sus habitaciones. Y también podría encontrar comida en los cajones del escritorio de la secretaria. Se dirigió al lugar y empezó a revisar cada uno de los cajones pacientemente, encontrando solamente pilas de registros de libros, y una caja de bolsitas de té que no podía usar porque no había agua caliente. Al intentar abrir otro de los cajones, descubrió que este estaba cerrado con llave.

Se dirigió a su compañero y le quitó la palanca de la mano para abrir el cajón en cuestión. Primero buscó la bisagra con la punta del objeto, y una vez ubicada, encajó la palanca y empujó con fuerza. El cajón cedió y mostró las reservas de snacks de la bibliotecaria, junto a unas joyas que estaban ahí curiosamente, algo de dinero, un pañuelito para lentes y cinta deportiva. Sonrió ante el tesoro, y tomó los snacks.

—Oye, Ethan—lo llamó—, mira lo que encontré.

El chico se asomó desde una de las estanterías y vió sus brazos llenos. El chico alzó las cejas con sorpresa, y se terminó de acercar.

—¿Dónde lo encontraste?—preguntó él, quitándose la chaqueta y usándola luego de bolsa.

—En este cajón—tomó los collares de plata. Habían dos, una delgada gargantilla y un collar que debía reposar en el pecho con un dije de cruz. Se los guardó en el bolsillo, junto a la cinta deportiva y el pañuelito. El dinero lo iba a dejar, pero después pensó en que siempre quiso quemar billetes, y terminó llevándoselo también.

—Por allá no hay nada—avisó el pelinegro, señalando el pasillo del que había salido.

—Sí—se recostó en uno de los escritorios—, me equivoqué. Ella no está aquí—sonrió, avergonzada—. Perdón por hacerte perder el tiempo.

Compañeros Peligrosos || Tú Y Todos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora