Episodio 4

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Cuando se tumbó a un lado de Judy, ella le empezó a preguntar cómo fue estar fuera, sola. Aunque trató de cambiar el tema con recuerdos graciosos de antes de toda esa locura, o diciéndole el típico "No fue nada", ella no dejó de insistir, y finalmente soltó la sopa, con una sonrisa y risas que no eran vacías, pero sí estaban allí en un intento por despreocuparla, despreocuparse, y que se escuchara como que en realidad no fue tan duro, o que incluso llegaras a pensar que era divertido.

Evidentemente, no era así.

Fue duro, y...estresante, incluso dormir sin saber si despertarías a mitad de la noche con un zombi en la cara. No contaba con nadie más que ella misma. Dependía completamente de su fuerza, resistencia, y agilidad. No podía permitirse un solo error; dar un mal paso, tropezar, pasar algo por alto; todo eso podía acabar en una sola cosa: la muerte.

—Oh, Judy—la miró a los ojos, con los suyos llenándose de lágrimas, pero sin perder la sonrisa—, me alegra tanto haberte encontrado aquí.

—A mí también—acarició su cabello, y entonces vio bien su cara—. Mírate, toda llena de cenizas.

Ante eso se pasó el dorso de la mano por la mejilla, y vio su mano manchada en negro. Entonces tomaron su mentón y una tela suave fue pasada por todo su rostro, limpiando los negros rastros del fuego. No podía borrar la sonrisa de su rostro, feliz porque al fin tenia a alguien conocido cerca, preocupándose por ella. Casi había olvidado como se sentía ser importante para alguien. Una vez limpia, volvió a tirarse, y Judy empezó a hablar de su increíble actuación apagando el fuego. Rio un poco ante eso, y se tocó el tema del encendedor misterioso.

—¿Quién habría pensado que estaba ese encendedor allí? Pudimos haberlo usado. Es raro que nadie lo notara—dijo Judy, con un pucherito.

—A mí lo que me extraña es lo destructivo que fue, y que explotó de la mismísima nada, ¿sabes? Esa sala no estaba tan caliente como para hacerlo estallar—ella estuvo de acuerdo—. Aunque, bueno, nada de esto es normal, ¿cierto?

—¡En eso tienes razón!

Sonrió, feliz de tenerla cerca.

La puso al tanto del sistema que se usaba, los otros chicos, y cómo llegó allí. El momento era tan tranquilizador que empezaban a pesarle los ojos. Todos los sentimientos y la energía que gastó en ellos le pasaron factura, y soltó un largo y perezoso bostezo, cuando le llegó un estruendo del pasillo. En seguida se incorporó, el sueño esfumándose en una sentada. La puerta de su sala se abrió, mostrando a la joven rubia que la odiaba.

Se estrujó un ojo que se negaba a mantenerse abierto, mientras la castaña le reclamaba su mala educación por irrumpir en su cuarto sin siquiera tocar.

—Es a ella a quien quiero—la chica la señala con una mueca de desagrado. Se apunta a sí misma con confusión—. Sí, a ti. Necesito hablar contigo.

—¿Ahora? ¿No puede ser mañana?—su amiga suena irritada, y ella finalmente se levanta.

—Está bien, Judy, déjalo estar—le pidió, tranquila.

—¡No lo está! Lo está haciendo para molestarte.

—Judy—reprochó—, déjalo. No importa—se acercó a la mujer—. Solo será un minuto.

—¿Quién dice que será solo un minuto?—dijo la rubia, altanera.

—Bien, lo que sea—habló ya hastiada de su actitud, empujándola fuera y cerrando la puerta tras ella.

Estiró su espalda mientras escuchaba a la desagradable muchacha hablar, diciendo cosas de hacer las paces y la no sé qué. Lo que quería era comida de la barra de la cafetería, diciendo que la sala arruinada por el incendio era la de la comida, y que ahora la habían perdido. Casi abre la boca para decirle que era una mentirosa, pero no lo hizo por tres razones: una, quería saber qué tan lejos podía llegar, dos, prefería evitar las confrontaciones en sus primeros días allí, y tres, podía aprovechar para explorar un poco.

Compañeros Peligrosos || Tú Y Todos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora