MEMORIA

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Habían pasados días, tal vez semanas, desde que habían llegado a la azotea. Días, o tal vez semanas, desde que había visto a Harry, Zion y Eugene por última vez. Días, o tal vez semanas, desde que ellos se habían ido para quizás jamás volver. Ya no sabían fechas, ni días, ni horas. Todo lo que podían saber era si era de día, o de noche.

Miró el anillo en su dedo, rememorando por segundos el instante en el que todo lo que habían planeado cambió drásticamente. Como si fuera poco, hacía un frío horrible, incluso dentro del almacén. Pero no podía hacer nada además de abrazarse a sí misma en una esquinita, tratando de mantener su calor corporal. Evidentemente no podían bajar a las clases, así que no les quedaba otra opción más que quedarse ahí.

Le encantaba el frío, pero solo si tenía un montón de mantas y chocolate caliente.

Miró a Ethan, su único y más confiable compañero. Como si fuera poco, había cogido un resfriado hacía apenas unos días, pero no podían hacer más que darle paracetamol cuando le subía la fiebre o le dolía la cabeza. Aunque lo peor ya había pasado –se la pasaron bastante mal cuando tenía escalofríos, fiebre, dolores en todas partes y debilidad-, no quitaba el hecho de que seguía estando enferma, y el clima no mejoraba la situación. Hacía mucho que no pasaba por la desagradable situación de no poder respirar teniendo la cabeza en ciertos ángulos.

Tosió con fuerza, y su expresión cambió a una adolorida. Su garganta ardía, y sus fosas nasales también, por respirar el aire helado. Se acurrucó más en la lona, cerrando sus ojos y concentrándose en otra cosa para dejar de temblar.

Sintió algo suave en su cuello, y cuando abrió sus ojos, encontró el rostro de Ethan. Tragó saliva, y frunció el ceño. Le había puesto la bufanda que le había dado.

—No, quédatela o atraparás un resfriado también—se quejó, quitándola de nuevo.

—TN, eres tú la que está resfriada. No te preocupes por mí, apenas siento el frío—dijo él.

Miró bien su cuerpo, y pilló un espasmo cuando pasó una corriente de aire. Volvió a mirarlo y levantó una ceja, cuestionando lo que acababa de afirmar, y él bajó la cabeza. Puso la bufanda alrededor de su cuello otra vez, y volvió a acurrucarse en su posición inicial.

—¿Otra vez intentando ser cool, Ethan?—preguntó, sorprendiéndolo—. Haces eso cada vez que estás avergonzado porque cuidan de ti. Pero sé que en realidad estás agradecido. Si lo estás, solo tienes que decir gracias, tonto—sonrió, y sintió venir un estornudo.

Él se alejó, y ella estornudó en su codo.

—Me gusta el Ethan callado—continuó—, pero también me gusta el Ethan que es honesto.

—Bien, digamos eso entonces—dijo, sonriendo—. Gracias.

Sonrió también. Se moría por besarlo, pero lo último que necesitaban era que Ethan se enfermara también. Quitó la lona de sus hombros, y se movió lo suficiente como para que Ethan pudiera meterse en el espacio entre la pared y ella. Era la única posición medianamente cómoda en la que podían dormir sin congelarse, y ya era tarde –o eso suponían-. Además, mañana irían a la Zona Segura, y necesitarían esas energías.

Decidieron que era el momento cuando la comida empezó a acabarse. Dejaron la ración más grande para la mañana que se fueran, y así tener fuerzas suficientes para poder caminar el largo camino hacia su salvación. Aun le parecía cruel e injusto que no hubiesen podido salir de allí todos juntos, pero ya no había nada que pudieran hacer, además de honrar su muerte llegando al destino que tenían desde un principio.

Ethan tomó lugar tras ella, y la rodeó con sus brazos, atrayéndola a su pecho. Bostezó y cerró sus ojos, sintiendo que el frío se alejaba, temeroso del cuerpo cálido de Ethan. El sueño la dominó, y cada parte de su cuerpo se desactivó, hasta finalmente llegar a su cerebro, sumiéndose en lo oscuro de su mente y zambulléndose en el mar de la somnolencia.

Compañeros Peligrosos || Tú Y Todos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora