Episodio 12

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En todo el tiempo que llevaba con ellos, TN jamás había estado tan atenta a su alrededor como ahora. No por los zombis, esas mierdas le importaban más bien poco, sino por Judy. Aunque no esperaba con mucha fuerza verla por allí, tampoco significaba que simplemente ignoraría su desaparición/huida/lo que fuera.

Solo había UNA cosa que la molestaba y era Jay con su quejadera. Parecía un niño haciendo berrinche, murmurando sobre que la situación era ridícula y que odiaba salir y blah blah blah.

—Jay, ¿quieres cerrar ya el orto? Me tienes hasta los ovarios, quejica de mierda—susurró cerca de él, con cara de matar al que se le acercara—. Y después dices que te preocupa que se acaben rápido las provisiones.

Sabe que fue grosera, pero de verdad la tenía hasta la coronilla, y eso que era tolerante y medio paciente. Eugene la apoyó y Lawrence se quedó callado, mirando a todos lados y haciéndose las señas para comunicarse.

Mientras caminaban por las calles vacías, revisaban cada rincón en el que Judy pudiese estar. Era un poco agotador ya que debían ver y cuidarse de los zombis. El corazón le palpitaba fuertemente cada vez que se acercaba a un callejón o residencia y revisaba adentro, pero por el momento solo habían encontrado zombis, sangre, y una bolsa de empanadas congeladas.

Era deprimente, sí, pero algo era algo.

—Bien, por ahora solo tenemos esta bolsa de empanadas congeladas—era el rubio quien las llevaba en su mochila. Se le notaba en la cara el desdén.

—Están duras como rocas—se le cruzó una idea por la cabeza, y como siempre, tuvo que decirlo en voz alta—. Tal vez podamos usarlas de armas.

—Por favor, dime que estás bromeando—rió bajito ante su expresión—. Hemos estado afuera más tiempo de lo normal y todo lo que encontramos fue esto. No queda nada aquí—abrió los brazos.

—Shh, mantén la voz baja—regañó Lawrence, llevándose el dedo a los labios para hacer énfasis en sus palabras.

—Bueno, es lo normal. No solo somos nosotros en el mundo—dijo, acercándose más al menor para poder cumplir la orden.

—Bien—el castaño se detuvo un momento y se giró hacia ellos, agarrando de la capucha a Jay para que no se adelantara más—, haremos una última parada y volveremos. Atentos a las señales y chasquidos.

Los chasquidos de dedos, al no ser muy fuertes, no llamaban la atención de los zombis a menos que estuvieran muy cerca. Lo habían probado y era la manera más eficaz de pedir atención sin arriesgarse. Por supuesto, la idea era estar atentos siempre a las manos de los demás para no tener que usarlo, pero era inevitable estar distraído en una situación como la suya. Algunas de las señales eran: levantar dos dedos y sacudirlos dos veces en una dirección para correr, dos chasquidos para avisar la llegada de zombis, uno si quería hacer otra seña, hacer círculos con un dedo para retornar, y así. Señales fáciles de leer y recordar. 

Vió los rededores en busca de algún local abierto que puedan asaltar, pero no habían tiendas de comida ni viviendas. Una papelería se le cruzó en su campo de visión y llamó la atención de los demás, señalando luego el lugar.

—¿Qué tal allá?—propuso en un susurro.

Jay saltó a decir que le daba igual y que estaba harto de siempre recorrer la misma zona, siendo apoyado en eso último por el rubio. La papelería se veía pequeña, no debía tomar demasiado. Se dirigió con paso seguro al lugar, con su arma en alto. Se asomó dentro, prestando total atención a cualquier gruñido escalofriante. Al no oír nada, los llamó con la mano, entrando más tranquila, pero siempre alerta.

—Hmm..—el líder veía el local, un poco decepcionado—… no esperaba encontrar un montón de cosas, pero...está muy vacío...

—Si, parece que llagamos tarde—el rubio se acercó por detrás—. Debió ser un buen día para quien sea que llegó primero.

Compañeros Peligrosos || Tú Y Todos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora