Capitulo 39

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Al cabo de unos días, Naruto se había convertido en el peor paciente imaginable. Parecía que su dolencia se curaba rápido a un ritmo considerable, aunque había algo que lo atormentaba y lo frustraba bastante, al igual que a todos los demás.

Quería ponerse la ropa de costumbre y comer como siempre.

Insistió en levantarse y recorrer el pueblo, los aposentos y la plaza superior, sin hacer caso de las protestas exasperadas de Hinata.

Sabía que no estaba del todo bien, que necesitaba tiempo para recuperarse, pero no podía controlarse.

No quería deberle ni sentir que le debía nada a Hanabi o ha ese tal Neji: lo embargaba la gratitud y la vergüenza. No soportaba mirarlos a los ojos, de modo que se comportaba en su forma arrogante.

Los peores momentos eran cuando estaba a solas con Hinata. Cada vez que ella entraba a la habitación, sentía un deseo sexual aterrador, una sensación desconocida, como si se estuviera convirtiendo en un animal.

Estaba asustado. Tenía miedo. Ni siquiera se atrevía a contarle a Hinata lo que le estaba pasando. Quizá; creería que se lo estaba inventando todo.

Y no era necesariamente con ella. Cada vez que Hanabi le obligaba a tomar ese asqueroso y espeso brebaje, si alguien estaba lo suficientemente cerca, sentía una terrible descarga eléctrica y un fuego intenso en la parte mas sensible de su anatomía, lo que lo frustraba. Porque eran sensaciones desconocidas: ¿cómo era posible que se sintiera atraído incluso por hombres? ¿Que era lo que le estaba pasando? ¿Realmente se había vuelto loco?

Trataba de combatir el dolor que le causaba, pero mientras más luchaba contra ese inexorable apetito sexual, más difícil se volvía.

Luchaba hasta quedarse exhausto, y siempre terminaba provocando discusiones con Hanabi, cualquier cosa para establecer una distancia con ella y que dejara de obligarle a tomar esa medicina.

Pero eso era imposible, porque cada vez que discutía con la menor de las hyuga, Neji y Hinata se ponían en su contra y terminan obligándolo a beber del líquido. Durante esos días, se sentía atosigado, agobiado y cansado. Nunca había temido a nada, pero estaba aterrado de lo que le estaba pasando; tenía miedo de hacer daño a Hinata. Porque cuando le daban sus crisis, sólo con escuchar su voz, anhelaba su contacto con una desesperación casi inhumana.

Su piel parecía estar pendiente de las caricias de Hinata, como si la sensación formase parte de su cuerpo.

Naruto no tenía otra explicación: pensaba que era ese ponche purpurina que Hanabi mezclaba con la medicina. Él ya se había enfermado antes, y nunca nada le había provocado tales efectos adversos.

Cada vez que bebía eso, le sucedía algo distinto, una necesidad ininteligible sexual, una especie de adición patética e irremediable.

Cuando la fiebre remitió, todo gracias a que Hanabi había salido al taller y se le había olvidado subir la medicina, Hinata lo había ayudado a darse un baño mientras le enjuagaba el pelo. Cuando estuvo limpio y seco, volvió a la cama recién hecha y dejó que Hinata lo cubriera con la sábana.

Como la parte delantera del vestido se le había empapado durante el baño a Naruto, Hinata había ido a cambiarse.

Por pura perversion, Naruto la llamo con una campanilla de plata que Neji le había dejado por si necesitaba ayuda con algo.

Tocó el artefacto, unos segundos después de que ella se fuera.

Hinata regresó enseguida en bata.

—¿Qué quieres? —pregunto con preocupación—. ¿Ha pasado algo?

—No.

—¿Es la fiebre? ¿Te sientes mal?

 Enamorada de mi cuñado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora