Capitulo 37

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Hinata miró a Naruto con una sonrisa iluminada en los labios, estaba admirándolo, pero él no pareció darse cuenta de eso.

—¿Qué es este olor? —pregunto, dejando la bolsa en el piso cerca de la entrada.

—Sorpresa —murmuró Naruto, con una sonrisa entristecida que ella no notó—. Ven.

La hizo sentar en la mesa y le servicio a ella primero. Había gachas, sazonadas con sal y mantequilla, ya que era lo único que había conseguido y prefirió no endulzarlas con melaza. También panecillos, lonchas de beicon, hervido al horno, abadejo ahumado y un cuenco con algunas otras que habían quedado de la semana pasada.

Hinata comió con avidez. Era un almuerzo sencillo, difícilmente, comparable con los opíparos desayunos de la mansión, pero estaban calientes y eran abundantes, y ella tenía demasiada hambre para hacer crítica alguna.

Miro como su hermana menor se acercó a la mesa, levantó una servilleta que tapaba su plato y dejó al descubierto las lonchas de beicon y algo que parecía especialmente preparado para ella; unas cuantas verduras mustias y un pequeño pudín.

Cuando Naruto se sentó junto a ellas: observó que Hinata ya casi había acabado su plato.

—¿Como estuvo?

—Mejor que quedarse sin cenar —Hinata le sonrió, antes de meterse unas gachas a la boca—. ¿Donde has aprendido a cocinar así? Creí que era en lo único que podía ganarte.

—La verdad, empiezo a creer que nadie ve con otros ojos mi talento de cocinero —Naruto se colocó la servilleta en el regazo—. Creo que si sigo así podrían gustarte mis creaciones.

—Aquí no hacemos eso —le masculló Hanabi, de mala ganada.

Naruto la miro con tensión.
—¿Hacer qué?

Hinata sintió la lucha de miradas que se mantenían.

—Ponernos la servilleta en el regazo —le explicó, clavando la mirada en su beicon—. Eso solo lo hace la realeza.

—¡Oh!

—Es cierto, si quieres pasar desapercibido por acá, tienes que actuar como uno de nosotros —replicó Hinata con cautela.

Naruto se detuvo con el tenedor a medio camino de la boca.

—Pensaba que podría tratar de adaptarme en el trabajo, no en estas cosas.

—De día, puede ser. Ahí traje algo de ropa del taller, espero que te quede.

—¿Y de donde has sacado el dinero para comprarla?

—No la compre. —comentó Hinata—. El taller recibe esta ropa como donaciones para los chicos huérfanos.

Naruto la miro sin pestañear.
—No me pondré ropa usada —se negó.

Hinata lo fulminó con la mirada.

—¿Se te olvidó donde vivirás ahora? —le reclamó—. ¿Acaso ves una mejor idea?

—Está bien si lavo está muda y la uso por un tiempo —concedió—, podría ganar suficiente dinero para...

—Naruto, olvídate que estás en la capital por un instante. Aquí no puedes pretender actuar como un niño consentido. No tendrás ni siquiera criadas que te atiendan.

—Para eso las podemos contratar —soltó él, irritado, antes de tomar el primer bocado—. Puedes contratarme a una mujer para que me atienda.

Hinata sacudió la cabeza con una obstinación que la enojó aún más.

—No tengo dinero.

—Yo podría prestarte.

 Enamorada de mi cuñado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora