Capítulo 11

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Mi cerebro está en huelga. Es increíble la cantidad de información que vi el día de hoy en clases. Comienzo a sospechar que mis neuronas se están incendiando una por una, intentado buscar una salida más fácil.

¿De verdad todo eso sirve para mi futuro? Lo dudo.

Todos los profesores se pusieron de acuerdo para bombardearnos con temas nuevos y miles de ejercicios; lo único bueno es que no hay muchas tareas porque se acercan los exámenes y debemos estudiar.

Me siento fastidiada.

Ni siquiera pude disfrutar la clase de literatura; hubo muchas lecturas y autores por analizar y Lugo no me dirigió ni la mirada.

¿Así serán las cosas entre nosotras? ¿Un día bien y al otro distantes?

Al menos la veré en un rato más.

Llego al edificio de residencias y se me hace eterno el camino para llegar a mi habitación. Si no tuviera que ir al despacho de la directora en unos instantes más, me dormiría toda la tarde.

Giro para tomar el pasillo que me lleva a mi habitación y, para mi sorpresa, Marisol se encuentra sentada en el suelo y recargando su espalda contra mi puerta.

¿Qué está haciendo aquí?

—Supuse que no estabas —menciona mientras se pone de pie para permitirme abrir—; no te vi en todo el día.

Mi silencio es la única respuesta que obtiene; estoy más interesada en encontrar mi llave entre el caos de mi mochila.

—Quiero disculparme contigo —vuelve a hablar en cuanto ve que abro la puerta—, por mi actitud de ayer.

No espera que la invite a entrar; cuando me doy cuenta ya se encuentra dentro de mi habitación buscando un sitio para sentarse.

—¿Disculparte? —por fin respondo— ¿Por tus mil cambios de humor que ni siquiera te dignas a explicarme?

—Sof, perdón —dice sincera—; tienes razón al estar molesta, pero tuve mis razones para reaccionar así ayer.

—Ayer y cada día que se puede —le corrijo—. No sé qué es lo que te molesta tanto; tal vez entendería tus razones si me las explicaras.

—En realidad, es difícil de explicar —se excusa mientras se acomoda sobre mi cama.

—Ya veo. —Abro mis cajones y comienzo a buscar un cambio de ropa. —Entonces no veo la razón de tus disculpas; no son necesarias si no sé cuál es la razón que causa tu molestia —menciono mientras lanzo prenda tras prenda hacia la cama—; ¿te importaría? —le digo mientras señalo mi ropa—. Necesito cambiarme.

—Adelante, no hay problema —responde sin moverse de su lugar.

—¿De verdad? —le insisto molesta por su reacción.

—Sofía, somos mujeres y tenemos lo mismo —dice como si nada.

—Sabes que esa no es la razón por la que lo digo.

Tomo mi ropa y me dirijo al baño a cambiarme. ¿Pretendía que me quitara la ropa delante de ella?

—¿Sabes? —su voz se escucha clara, aun a través de la puerta; supongo que se acercó para continuar hablando—A veces, no controlo mis impulsos cuando se trata de defender a quien me importa.

Ignoro esa última parte; lo último que quiero es que me confiese que siente celos. No veo necesario complicar más las cosas.

—Ya te lo he dicho, yo no necesito que me defiendas de nada.

¡Qué ironía!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora