Capítulo 30

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Es increíble como, a pesar de no haber dormido nada, parezco más despierta y feliz que nunca. Exhalo amor por cada uno de mis poros y me siento plenamente dichosa por haber conocido a Verónica y tener la oportunidad de demostrarle lo feliz que me hace sentir.

Pero no todo es felicidad; todavía me falta aclarar algunas cosas con Marisol.

Me encuentro a Roberto sentado, sin ninguna compañía, en una mesa de la cafetería y veo que está tan concentrado en su celular que me ignora al momento de saludarlo.

—Tierra llamando al ñoño —esta vez hablo más fuerte y paso mi mano entre su cara y su celular interrumpiendo el contacto visual y su concentración.

—Sofía —se asusta—. Perdóname, no te vi llegar.

—Me doy cuenta, no te preocupes. ¿Qué haces?

—Estaba jugando —responde avergonzado—; debo encontrar algún modo de distracción cuando estoy solo o me aburro.

—¿Y tus amigos? —pregunto burlona.

—En natación —responde como si yo también debiera saberlo.

—Oh, cierto.

—¿Necesitabas algo? —responde al ver que mi sonrisa se evapora.

No sé si él esté al corriente, pero, de todos, parece el más sensato, así que, si en alguien debo confiar, puede ser en Roberto.

—En realidad, solo quería hablar algunas cosas con Marisol.

—¿Van a pelear nuevamente? —responde cansado.

—¿Tanto se nota?

—Sé que ella es una persona difícil —comienza a excusarla—, pero te prometo que no es mala. También tiene su lado especial.

Tiene razón en sus palabras; de no ser por el carácter de Marisol, las cosas podrían fluir de manera distinta. Sin embargo, hay una chispa en ella que siempre permanece a punto de estallar.

—Lo sé —admito—; es solo que necesito que me aclare algo.

—Búscala en los vestidores —me indica—. Después de entrenar, siempre se queda ahí por horas, disfrutando su soledad.

—¿Cómo lo sabes?

—Es muy rutinaria —menciona sin explicar más.

—Gracias.

Me pongo de pie, decidida a ir a buscarla, cuando la voz de Roberto me detiene, antes de poner avanzar.

—No seas tan dura con ella.

Asiento en silencio y sé que Roberto no es ningún tonto. Es posible que sepa algunas cosas, aunque, a veces, solo se quede callado.

Atravieso el internado, a prisa, hasta llegar a la piscina; en cuanto entro, el olor a cloro penetra mis fosas nasales y por un instante me dan náuseas. ¿Cómo pueden soportar esto por horas?

La piscina está vacía y el único sonido que se escucha es el eco de mis pasos avanzando a lo largo del lugar. Encuentro una puerta que, pienso, debe dar hacia los vestidores e ingreso.

Avanzo por los pasillos, llenos de casilleros y bancas, intentando no hacer ruido, hasta que una maraña de cabello pelirrojo se hace presente. Marisol está sentada en el suelo, recargando su espalda sobre la banca y su cabello está desperdigado sobre el asiento de ésta.

No me escucha, mientras avanzo hacia ella, pues no se mueve. Únicamente menea su cabeza ligeramente y cuando estoy lo suficientemente cerca, descubro que tiene sus auriculares y los ojos cerrados.

¡Qué ironía!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora