Capítulo 29

12.7K 711 92
                                    

Nunca descubres qué tan adicto eres a algo, hasta que el síndrome de abstinencia te llega de golpe y te arrastra por los suelos.

Así me sentía yo sin Verónica; pasé días sufriendo por su indiferencia y ahora que estoy perdida en el mar de sus besos, me doy cuenta de cuánto me hacia falta sentir esta adrenalina y este amor.

Nuestros labios se entienden de sobremanera y saben en qué momento aligerar la intensidad, en qué momento ejercer la presión suficiente y en qué momento excederse para morder y querer arrancar hasta el último suspiro.

El clima en la habitación comienza a incrementar exponencialmente y hace tanto calor que la ropa estorba. Las manos de Verónica son más rápidas que las mías y mi posición facilita el hecho de que mi camiseta salga volando hasta el otro extremo de la habitación.

No me hace falta nada en este momento; al contemplar sus mejillas sonrojadas y esa manía que tiene por morder su labio inferior, me siento en la gloria.

Sus manos recorren mi espalda e involuntariamente meneo mis caderas hacia adelante intentado buscar un mayor contacto; necesito sentir la piel de Verónica ardiendo junto a la mía.

—Sofía —susurra—, por favor.

Desabotono uno a uno los botones de su blusa y ésta se desliza sensualmente por sus hombros, dejando al descubierto su erizada piel. Contemplo cada uno de sus lunares y hago un majestuoso recorrido sobre ellos hasta llegar al filo de los tirantes de su sostén; con ayuda de mis dedos índices, deslizo cada uno de estos hacia abajo y comienzo a besar lentamente cada centímetro de su piel, desde su cuello hasta su hombro.

Es delicioso escuchar el cambio de su respiración y sus susurros entrecortados.

Mis manos se deslizan por su espalda y con una agilidad que me sorprende, desabrocho el sujetador liberándola.

Es hermosa.

Sus ojos se cierran e inclina su cabeza hacia atrás, recargándola sobre el sofá; invitándome a ir más allá. Sin dudarlo, sigo con mi camino de húmedos besos y mis labios degustan de sus pechos como un caramelo al que se desea devorar.

—Eres una diosa convertida en mujer —aclaro al ver la divinidad de su cuerpo ante mí.

Retiro mi sujetador para estar en igualdad de condiciones y mis labios vuelven a unirse a los suyos luchando por demostrar la sed que tengo de ella.

—Ya haz jugado demasiado —su voz sale tan ronca que incrementa mi deseo.

Toma mis muslos con fuerza, pegándolos a sus caderas y, de un solo golpe, se levanta y me encamina a la cama; nuestra ropa es despojada con ansias y pronto terminamos disfrutando de nuestra desnudez.

Esta vez, deseo ser yo quien lleve las riendas, así que, en cuanto tengo oportunidad, me coloco sobre Verónica y la acorralo, llenándola de besos y caricias; el aroma de su piel me vuelve loca. Desciendo sobre su abdomen, dejando un hilo de besos hasta llegar a sus caderas y masajeo sus piernas hasta que comienzo a sentir que mi boca pide más; esto no es suficiente.

Sigo mis instintos y me coloco entre sus piernas saboreando una y otra vez el manjar que me ofrece, producto del placer. Es imposible razonar en esta posición; mi cerebro se desconecta de mi cuerpo y el deseo toma posesión de mis acciones; no sé en qué momento mi lengua y mis dedos se coordinan y comienzan con una serie de movimientos que llevan a Verónica al límite.

Mi nombre sale de sus labios acompañado de un audible gemido y, con eso, yo también creo haber tocado el cielo; pero, el verdadero paraíso aparece cuando Verónica invierte las posiciones y comienza a besar desde mi cuello hasta la punta de mis pies y vuelve a ascender, cual pantera acechando a su presa.

¡Qué ironía!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora