Capítulo 23

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Las vacaciones comenzaron ayer y el internado parece un pueblo fantasma; muy pocos alumnos se quedaron y los demás, se fueron ayer mismo; entre ellos, Marisol, Eduardo y Roberto.

Me sentí mal al ver que Roberto se desanimó al saber que me quedaba, pero estoy segura que era más por saberme sola. Espero y los endemoniados pelirrojos no lo molesten tanto en las próximas semanas.

Termino de hacer mi maleta y me recuesto sobre la cama intentando hacer un poco más de tiempo; se supone que, debo salir hasta dentro de una hora.

En una hora, los estudiantes que se quedaron estarán reunidos en el audiovisual, para conocer el programa de invierno y las nuevas reglas que aplicarán en las vacaciones; justo en ese momento, es cuando Verónica y yo saldremos, para evitar ser vistas.

Todo está perfectamente planeado.

Ya quiero saber qué haremos. Según me dijo, todo será una sorpresa y se ha esmerado por mantenerlo así.

Divago entre mis pensamientos para perder el tiempo; incluso hago un check-list mental, acerca de las cosas que llevo, y parece que todo está en orden.

Cuando es la hora, salgo de mi habitación, junto con mi maleta, y me dirijo hacia la zona de estacionamiento. Ahí, de pie bajo un frondoso árbol, se encuentra Verónica.

Tan guapa como siempre.

—¿Lista? —sonríe nerviosa.

—Ansiosa.

Presiona un botón en su llavero y la cajuela de un auto color negro, elegante, bastante lujoso y muy de su estilo, se abre. Sonrío y comienzo a avanzar junto con ella, pero antes de que pueda dar un paso más, toma mi maleta y la carga para subirla por su cuenta y cerrar, con otro botón, el maletero.

—Vamos, entra —me ordena.

Obedezco y ocupo mi lugar del lado del copiloto. Su coche huele a nuevo y, siendo sincera, no me sorprendería que lo fuera. Ajustamos los cinturones de seguridad y sin esperar, el sonido del motor arrancando da pauta a una nueva aventura.

El internado se encuentra en medio de la nada, por eso, al salir de las instalaciones, lo único que nos rodea son montañas y una carretera tan curva que, si eres sensible, provoca náuseas.

Verónica conduce sin prisa, disfrutando de cada kilómetro que avanzamos y disminuyendo la presión en el acelerador cada que el paisaje se torna más atractivo. Las sombras de las nubes se hacen presentes y el gris del cielo resalta ante nuestros ojos.

—¿Tu auto es nuevo? —pregunto por romper el hielo.

—Tiene algunos meses —responde sin despegar la vista del frente—. Puedes poner música, si gustas.

—Claro —respondo tocando la pantalla intentando descifrar cómo es que puedo conectar mi celular—; entonces, ¿a dónde dijiste que iremos?

—No lo dije —responde sonriendo.

Por fin, logró conectar mi celular y la música comienza a inundar el auto. Los dedos de Verónica tamborilean sobre el volante y la palanca de velocidades, respectivamente.

—¿Me va a secuestrar, profesora Lugo?

—Me has descubierto —se declara culpable—; sin embargo, confío en que generes un síndrome de Estocolmo.

Nuestras risas se mezclan con la música y no puedo borrar la sonrisa de mi rostro. Jamás me había sentido tan en mi sitio.

Me siento en casa, y no, no es un lugar, es ella.

¡Qué ironía!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora