Capítulo 27

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Mi vida apesta y todo se resume a mi pésima capacidad para sobrellevar una conversación normal y civilizada.

Verónica lleva días sin hablarme.

Cada que intento acercarme a ella, soy más invisible que el aire; no sé qué es lo que espero, si yo soy quien decidió quedarse callada y mi maldito silencio es el culpable por no pedirle detenerse.

No sé pensar antes de actuar.

Ojalá la hubiera escuchado, o mejor, le hubiera pedido una explicación y no atacar por atacar.

Pero, ya está hecho.

Estoy esperando a que dé la hora para poder entrar a clase de literatura, aunque ni siquiera quiero hacerlo; es horrible ver cómo la mirada de Verónica no se fija en mi presencia, cómo soy un mueble más en su clase y ni mi nombre menciona, pues ya ni siquiera pasa lista de asistencia.

El timbre suena e ingreso al aula, pero esta vez cambio mi rumbo y me voy hacia el fondo, para tomar asiento en una de las mesas que se encuentran atrás; lejos de su escritorio, pues de nada sirve estar ahí, a tan solo un metro de ella, si hay un abismo entre nosotras.

Sus tacones resuenan, como siempre, y su perfume inunda el aula cuando entra. El silencio, ya tan conocido, se instaura y ella comienza con su clase; en ningún momento voltea a ver mi sitio vacío al frente, y eso me hace sentir, aun más, como un cero a la izquierda.

—Les pido que saquen una hoja —menciona después de realizar una lectura de la cual no escuché nada—; les haré tres preguntas, pero solo desarrollen la respuesta. Conforme vayan terminado, dejen la hoja sobre mi escritorio y pueden salir.

Todos asienten y ella comienza a dictar las preguntas; no son difíciles, pero no tengo idea de cuál es la respuesta a cada una. Me quedo como estúpida viendo mi hoja y no comprendo nada; no sé por qué cuando necesito poner atención a algo en clase, mi cerebro decide divagar entre tonterías.

Comienzo a ver cómo algunos de mis compañeros entregan la hoja y se retiran del aula; tras pocos minutos el aula comienza a parecer vacía y los pocos que quedan mueven su bolígrafo a una gran velocidad mientras escriben sus respuestas.

Mi hoja sigue en blanco.

Espero a que todos lo entreguen y sé que aun faltan diez minutos para que termine la clase; leo una y otra vez las preguntas, pero mi mente, al igual que mi hoja, está vacía. Me pongo de pie, tomando mi mochila y me dispongo a no entregar nada; comienzo a caminar hacia la puerta y la voz de Verónica interrumpe mi camino.

—El ejercicio es parte de la próxima evaluación —menciona con la vista fija en el escritorio.

—Ahora lo sé —respondo sin saber cuáles son las palabras adecuadas para hablar en este momento; ella no responde y me arrepiento inmediatamente de mi respuesta—. ¿Puedo hablar contigo?

Toma las hojas que se encuentran sobre el escritorio y comienza a guardarlas en una carpeta; se coloca su bolso y antes de ponerse de pie, se percata de mi presencia obstruyendo el paso por la puerta.

—Usted y yo no tenemos nada de qué hablar.

—Por favor —insisto.

—¿Es sobre algún asunto relacionado a lo académico? —pregunta rodeándome y su mano se posa sobre la chapa de la puerta esperando mi respuesta.

—Sabes que es sobre lo que pasó el otro día...

—Disculpe señorita, pero no hablo sobre temas personales con los alumnos. —Abre la puerta y, sin esperar, sale del aula dejándome atrás.

¡Qué ironía!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora