Capítulo 33

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Las vacaciones se han basado en ir de aquí para allá, durante todo el día; flojear y ver películas, toda la tarde; y las noches... ¡Dios! Las noches se convierten en magia al lado de Verónica.

Nunca pensé que ayudar en la remodelación de algunas oficinas, fuera tan cansado; bueno que, en realidad, solamente acompaño a Verónica a que supervise cómo van evolucionando los cambios, pero nada le quita lo cansado a esas acciones.

Dejamos al último el despacho de Alma y es que, sé que es difícil entrar al lugar donde pelearon por última vez.

—¿Lista? —pregunto antes de meter la llave.

—Lista —responde Verónica tras un suspiro.

Giro la llave, con la mayor confianza del mundo, y escuchamos que el seguro de la puerta salta; abro, lentamente, y la luz del sol se refleja con tanta fuerza que nos obliga a parpadear con gran frecuencia, hasta que nuestras pupilas se acostumbran a la iluminación.

Entramos al despacho de Alma y todo luce tan normal que, de no ser por la capa de polvo que cubre las cosas, se podría decir que es un despacho totalmente funcional.

El espacio es bastante amplio y las cortinas se encuentran abiertas para dejar que entre la luz; todo está en completo orden y su silla aún se encuentra girada hacia la derecha, en señal que así fue como ella la dejó al levantarse.

No sé si es mi imaginación, pero, a pesar de mi escepticismo, comienzo a sentir unas vibras muy extrañas estando aquí.

Sacudo mi cabeza intentando deshacerme de las ideas locas que estoy formulando.

Me concentro en Verónica y veo que sus ojos recorren el lugar, con gran detenimiento, intentando descifrar cada detalle.

—¿Por dónde comenzamos? —interrumpo su recorrido visual.

—Los libros pueden ser donados a la biblioteca —sugiere señalando el librero —los puedes acomodar en cajas.

—Está bien.

—Mientras tanto —indica colocándose detrás de la silla y acariciando el respaldo—, puedo revisar su escritorio para separar las hojas que sirvan para reciclaje y sus pertenencias las pondré en una caja, también.

Asiento y comienzo a acomodar los libros en cajas, hasta que, poco a poco, el librero va quedándose vacío.

Volteo a ver a Verónica y se encuentra totalmente concentrada, analizando algo que sostiene en sus manos. A su costado, tiene un gran bonche de hojas, el cual se ve tan alto que se puede caer; me acerco a ella y las comienzo a colocar en otra caja para poder guardarlas.

De pronto, mi vista se detiene en la fotografía que se encuentra entre las manos de Verónica y me sorprendo al mirarla detenidamente.

—¿Es...?

—Marisol —responde antes de que pueda terminar mi pregunta.

—Se ve más joven.

En la foto aparece Marisol en primer plano, sentada en las jardineras y, en el fondo, están Roberto y Eduardo, ambos riendo, pero ajenos a la foto, es decir, no voltean a la cámara. Los tres lucen más pequeños respecto a su edad; Marisol incluso, tiene más pecas y su mirada se ve mucho más inocente.

—Según la fecha —dice Verónica girando la foto—, esta foto fue tomada dos años antes de que Alma muriera.

—¿Crees que desde ese entonces...?

Mi pregunta se ve frenada con el recuerdo de lo que me dijo Marisol; ella tenía 16 cuando inició todo y, si Alma ya tiene más de dos años de muerta, todo encaja perfectamente. Desde esa foto, ya había algo entre ellas.

¡Qué ironía!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora