Capítulo 10

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Bostezo por enésima vez en el día, hoy siento que las clases avanzan más lento a cada minuto y la ausencia de sueño empieza a cobrarme factura.

Mis párpados pesan y culpo a la mujer de mis pesadillas por arruinarme la noche, y es que, en cada uno de mis sueños, aparecía Verónica Lugo.

No puedo dejar de pensar en su forma de tratar a Andrea; ambas se tutean y sólo puedo concluir que se tienen mucha confianza. Eso, o lo que Marisol dice sobre Andrea es cierto; tal vez solo es una coqueta que anda, actualmente, detrás de Lugo.

Ya siento que la odio y ni siquiera la conozco.

Quisiera preguntarle a Marisol si sabe algo más acerca de ella; pero, conociendo el carácter de mi amiga, sería como encenderle la chispa a un cartucho de dinamita y, peor aún, si descubre que lo pregunto, para descifrar un asunto en el que está inmiscuida Lugo, sin duda, pondría en marcha una nueva guerra mundial.

No entiendo por qué la profesora logra sacarme de mis casillas, ¿será mutuo? Por mi parte, disfruto molestarla.

El sonido del timbre indicando el final de las clases, interrumpe mi filosofía y agradezco al cielo que por fin puedo salir a respirar aire fresco para no morir de somnolencia.

El día parece incompleto sin clase de literatura, y no lo digo por no haber visto a la profesora Lugo; no, no es por eso.

A pesar de todo, estoy emocionada porque hoy tendré mi primera clase de piano y eso me llena de alegría.

Me dirijo hacia las residencias para poder cambiar mi uniforme, pues, según el correo que me enviaron, no hay muchas formalidades para las actividades extra clase. Recordar los lineamientos desata mis nervios y es que, la clase es en el edificio de las Bellas Artes y la última vez que ingresé ahí, no acabó nada bien.

Dejo de pensarlo tanto y una vez que me encuentro con ropa más cómoda, decido no perder más tiempo y tomo rumbo hacia mi clase.

Al pasar por un costado de las jardineras, unas risas atraen mi atención y por supuesto, nadie puede hacer semejante escándalo más que Eduardo y Marisol, peleando.

—Sálvame de ellos —implora Roberto en cuanto me ve—; son unos salvajes.

—Así nos amas —responde Marisol mientras le da un ligero empujón—, acéptalo.

—Yo no estaría tan seguro —ríe—; aunque, para estos amigos...

—¿Entonces qué haces aquí de víctima? —Eduardo finge indignarse. —Vete de aquí, nerd.

—Ya déjenlo en paz —intervengo divertida.

—Gracias por defenderme, ¿a dónde vas?

—Tomaré un descanso de ustedes —bromeo—. Tengo clase.

Los rastros de diversión desaparecen, sus rostros cambian abruptamente como si hubieran visto un fantasma. ¿Ahora qué?

—¿Justo ahora? —pregunta Marisol mientras se acerca a mí— ¿De verdad, Sofía?

—¿Tiene algo de malo?

—Dime, por favor, que no la elegiste a ella.

No entiendo a qué se refiere y los cobardes de mis amigos solamente se escudan tras ella, agachado la mirada.

—¿A ella? No entiendo a qué te refieres.

—Te lo advertí Sofía —reclama enojada—; no te conviene estar cerca de ella.

Con cada palabra, el tono de Marisol se eleva considerablemente; no tengo ganas de pelear y no me quiero desgastar pidiéndole una explicación que siempre se niega a dar, así que ignoro sus advertencias sin sentido.

¡Qué ironía!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora