Capítulo 13

11.7K 768 103
                                    


Un taladro sobre mi cabeza dolería menos. Siento que mi cerebro punza y al parecer mi cráneo tiene mil clavos que perforan mi cabeza provocando un dolor horrible. La sensación es tan fuerte que me cuesta despertar, pero me es imposible seguir durmiendo.

Mis ojos arden al intentar abrirlos y sin pensarlo me hundo un poco más en las cobijas.

El aroma que desprenden las sábanas es adictivo. Respiro profundamente y mi mente se aclara.

¿Dónde estoy?

Imágenes distorsionadas aparecen en mi memoria.

¡Me quiero morir!

Comienzo a avergonzarme por ser tan bien portada. Si fuera una persona rebelde, o al menos no tan recatada, sabría beber y no me estaría pasando esto.

Anoche ni siquiera bebí tanto y la reacción de mi cuerpo fue demasiado exagerada.

Me odio.

No tuve que beber así. Tampoco había necesidad de salir de mi habitación. Y mucho menos vomitar delante de Lugo, ensuciando mi ropa y necesitando un baño.

¡Oh por Dios! Verónica me vio desnuda.

Aviento las sábanas de golpe y me siento sobre la cama.

Mis pupilas reaccionan a la luz y no puedo evitar cubrir mis ojos. ¿Por qué hay tanto sol? ¿Qué hora es?

Giro mi torso buscando un reloj y sobre el buró hay un vaso con agua y un frasco de medicamento; debajo de éste hay una nota.

"Tómate un par de pastillas, te ayudarán. No salgas de la habitación hasta que yo venga por ti.

—V. "

Me tomo las pastillas sin pensarlo, el agua está a una temperatura tan fría que logra revivirme.

Busco una mejor posición, recargando mi espalda sobre la cabecera y me doy cuenta que la cama está completamente desecha.

¿Dormimos juntas?

No recuerdo nada, más que haberme quedado dormida.

Mi mirada recorre la habitación en busca de señales que me ayuden a descubrir si Verónica durmió, o no, a mi lado; pero todo está en orden; todo, excepto la cama.

Sobre el buró que se encuentra al otro lado hay un pequeño reloj; me acerco un poco y descubro que es más de medio día. Si tengo alguna mínima intención de ir a clase, la descarto. Es tardísimo.

Después de ir al baño a una rutina de higiene, ya no tan matutina, arreglo la cama y me dedico a explorar la habitación.

Verónica tiene todo en orden, a diferencia de su despacho. El espacio es muy grande, a pesar de todo, es como un mini departamento.

Sobre una mesa que se encuentra cerca de la ventana hay un portarretrato bocabajo, tal como el de su despacho; lo tomo con cuidado y descubro una imagen que ya imaginaba: Alma y Verónica aparecen abrazadas, sonrientes y se ven felices; la sonrisa que tienen es contagiosa, aunque la fotografía en general me provoca una opresión en el pecho.

Escucho la puerta e inmediatamente coloco el portarretrato como estaba.

—Estás despierta —menciona Verónica cuando entra y me ve de pie.

—Recién desperté.

—Sí lo creo —responde—; cuando me fui estabas en coma y no tuve el valor de despertarte. —Deja su bolso sobre la mesa y se sienta en el sofá. —No puedo ayudarte a justificar las faltas en las clases del día de hoy —explica—, porque Nancy se enteraría. Así que tendrás que agregarte con tus profesores.

¡Qué ironía!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora