Capítulo 28

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Desde que Verónica no me dirige la palabra, le falta un toque de brillo a mis días. Es como si por más que intentara avanzar, un gran peso se encargara de hundirme nuevamente.

Es horrible.

Todos los días le intento sonreír y ella me ignora; intento hablarle y comienzo a sospechar que la pared podría responderme primero; intento buscarla en los lugares que frecuentaba y nunca está, se esconde.

¿Por qué demonios se me ocurrió confiar en Marisol?

Por una simple sospecha, deje ir el cariño y el amor de Verónica; por culpa de mis celos sin sentido y mi actitud acusatoria, alejé a una mujer perfecta.

Nunca me cansaré de decir que soy una tonta.

Me he mantenido alejada de Marisol, porque sé que, si estoy cerca de ella, terminaremos en el despacho de la directora, pues no controlaría el impulso de darle una bofetada.

Ella es la culpable de todo.

¿Qué gana con todo esto?

A Eduardo y a Roberto tampoco los he visto, y es que en realidad no he visto a nadie; vivo refugiada en la biblioteca. Día tras día me sumerjo en un sinfín de libros, repasando cada tema visto en clase y haciendo mis tareas; la verdad, intento mantener mi mente ocupada para no pensar en Verónica, en el daño que le he hecho y la tristeza que eso me provoca.

Necesito idear un plan para poder reconquistarla. Si ya lo logré una vez, debo convencerla que lo nuestro en verdad puede ser, aunque yo misma me haya encargado de desmoronarlo todo.

—Sofía —la voz de Andrea me provoca un mini infarto y me obliga a bajar el libro que estoy leyendo para descubrir que se ha sentado frente a mí.

—Hola —respondo cerrando el libro.

—Lo siento mucho. —Posa una de sus manos sobre la mía y da un ligero apretón. —Apenas hoy me enteré del problema que tuviste con la profe Lugo.

—Entonces veo que era cierto eso de que no son amigas —intento bromear.

—Yo no digo mentiras —sonríe con mis palabras—; te dije que solo intentamos llevarnos bien.

—Pues sí lo han logrado, porque veo que ya te contó que terminamos—menciono triste esto último.

—No Sofía, ella no fue quien me lo dijo.

—¿Quién fue?

Se queda en silencio y sus ojos se fijan en los míos intentando encontrar un voto de confianza; sonrío con la intención de invitarla a hablar y espero que confíe en mí.

—¿Sabes? —responde después de un rato— Si hubiera sabido antes acerca de las ideas que tenías sobre la profe y Nancy, te habría ayudado a aclarar las cosas.

—¿Por qué lo dices?

—En parte, yo también fui la culpable de que confundieras las cosas Sofía —el sentimiento de culpa es totalmente notorio en su expresión general—; tenía miedo y ahora, por culpa de ese miedo ustedes están peladas.

—No te estoy entendiendo —sus palabras me confunden—; ¿por qué todo el mundo habla siempre tan misteriosamente?

—Yo también estaba en la habitación —acepta con dificultad—; el día que tu amiga Marisol te llevó a espiar, yo también estaba dentro.

—¿Qué?

Ese día yo nunca escuché a otra persona, y conozco la voz de Andrea a la perfección; es difícil no reconocerla.

¡Qué ironía!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora