Capítulo 12

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Soy una piedra, una inútil piedra que se queda sin hacer nada al ver a Lugo partir molesta.

Odio que, cuando es realmente necesario, no reacciono rápido.

Desentumo mis pies y me acerco a Marisol, quien permanece observando todo, a una distancia prudente.

—Hola —saluda fingiendo muy bien, no estar enojada.

—Ya estoy aquí. —Toma mi brazo y comenzamos a caminar hacia la biblioteca. —¿Por qué no me esperaste en donde quedamos?

—Porque ya es noche, casi no hay nadie afuera y no quería dejarte sola.

Me preocupo.

Si antes tenía episodios de arranques, ahora puede ser la persona más sobreprotectora.

—No era necesario, lo sabes ¿verdad? —Se enoje de hombros y seguimos caminando hacia atrás de la biblioteca. —¿No habíamos quedado de vernos aquí?

—Sí, pero sólo era el punto de partida —dice sin preocuparse—. Tu sorpresa está por acá.

Llegamos a las jardineras más apartadas, muy cerca de la piscina y las pistas deportivas. Comienzo a analizar todo y bajo un frondoso árbol se encuentra Eduardo cuidando algunas cosas.

Al acercarnos un poco más, la sorpresa me obliga a sonreír como tonta. Marisol planeó todo en tan poco tiempo que, no pensé que fuera capaz de algo así. Es más, ni siquiera la creía tan detallista.

Sobre el césped hay una manta muy al estilo picnic y un par de almohadas para sentarnos sobre ellas. Al centro se encuentran algunos desechables con comida que, supongo provienen de la cafetería; y, además, hay un par de termos algo extraños con café, tal vez.

Este espacio del internado es particularmente muy oscuro, entonces para evitar la penumbra, hay algunas lámparas que nos ayudarán a no morir en la oscuridad. Me causa gracia que son lámparas que seguramente tenía en su habitación, de esas que se colocan en el buró durante la noche. Incluso me sorprende que hay una en forma de cubo rubik, seguramente Roberto tiene algo que ver, también, con la sorpresa.

—Me avisas cuando terminen, para ayudarte a llevar las cosas —le dice Eduardo a modo de despedida.

Marisol asiente y él se aleja, dejándonos solas.

—Espero te haya gustado la sorpresa —menciona mientras señala las almohadas y nos sentamos.

—Mucho, es muy bonito todo —admito—; pero, no era una cita romántica.

—Y no lo es —se defiende—, ¿acaso no puedes disfrutar de una velada bonita con tu amiga?

Tiene razón.

—¿Qué vamos a cenar?

—Pues, traje un par de baguettes —responde mientras me entrega uno de los desechables—, y lo mejor de la noche. —Se levanta un poco y estira sus manos para tomar los termos y darme uno de ellos. —Espero te guste el vodka.

¿Qué?

—¿Vodka? —le pregunto sorprendida— ¡Estás loca Marisol! Si se enteran, pueden hasta expulsarnos.

—Ahí está el secreto —contesta—; no se deben de enterar. —Me guiña un ojo y sonrío por su travesura. —Además, siempre hemos bebido aquí y, hasta ahora, nadie se ha dado cuenta; de hecho, Roberto también lo hace.

—Yo paso.

La verdad es que no quiero buscar problemas innecesarios. Mi mala suerte es tan inestable, que nunca sé cuándo estará en mi contra.

¡Qué ironía!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora