46. Firenze

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Llegamos a las doce de la noche a Florencia y nos registramos enseguida en el hotel del padre de Mattia, como ya lo conocían no tardamos ni cinco minutos. Nos pasaron las tarjetas para la puerta y subimos al elevador para llegar al piso tres, que era donde se encontraba nuestra habitación.

Cuando entramos quedé impactada por el tamaño de esta, aunque a estas alturas ya no debería sorprenderme por aquello.

Era una pieza lo suficientemente grande para que entrara una cama King size, una sala con un sofá y dos sillones a juego, además de una especie de mesa de comedor con dos sillas, tenía una cómoda en la esquina opuesta de esta sala y una puerta que daba al baño, donde había un lavabo doble, una ducha, una bañera y un inodoro.

Recorrí toda la pieza impactada con la elegancia y la enormidad de esta.

—¿Quieres seguir admirando la pieza o prefieres que pidamos algo para comer y disfrutemos de la noche? —me preguntó Mattia desde la puerta de la habitación mientras me veía con una sonrisa.

Me senté en la cama lanzando un largo suspiro, era la cama más rica y perfecta que alguna vez había tocado.

—Diooooooos, no voy a mentir diciendo que mi vida ha sido mala, porque no lo ha sido, pero esto —dije refiriéndome a las últimas horas—. Esto es una vida de lujos y goce.

Mattia cerró la puerta detrás suyo y se acercó a mí, puso una de sus piernas entre las mías y empezó a subirse en la cama haciendo que yo me recostara completamente en esta.

—La vida de lujos es una muy, muy buena —me dijo antes de darme un suave y delicado beso.

Pasé mis manos por sus mejillas hasta su pelo, intensificando levemente el beso, por su parte una de sus manos estaba apoyada junto a mi cabeza, la otra la puso en mi cuello y la empezó a bajar lentamente por entre mis pechos, dio un par de vueltas por sobre mi estómago y luego empezó a bajarla por mi cadera a mi pierna.

Metió su lengua en mi boca en busca de la mía. Empezó a subir su mano nuevamente y esta vez la introdujo debajo de mi remera, iba sin brasier así que sus dedos fueron directo a jugar con mis pezones, provocando un gemido de mi parte.

—Tenemos todo un fin de semana por delante para nosotros dos solos, sin interrupciones ni nadie que nos pueda molestar —me dijo bajo y con sus labios apenas separados de los míos—. Pero mejor ahora pidamos algo para comer.

Se levantó de la cama y me tomó de las manos para ayudarme a sentarme, luego fue a buscar el teléfono que estaba en una de las mesitas de noche.

—¿Quieres algo en especial?

—¿Qué vas a pedir? —me subí completamente en la cama y gateé hasta donde él se había sentado.

—Un vino Chianti, y para mí un pappardelle sulla lepre, que es pappardelle con liebre y para ti algo menos exótico, una Casseruola alla Fiorentina, es un platillo riquísimo, tiene espinaca, crema de setas, ajo, y muchas otras cosas, prometo que te va a encantar.

—Bueno, si tú lo dices, confío en ti, después de todo tu eres el experto.

Apoyé mi cabeza en la almohada, y podría jurar que así es como se sentía volar, era exquisita, no quería abandonar nunca esta cama.

Mattia llamó por teléfono e hizo nuestro pedido, en italiano, y si antes ya lo encontraba sexy ahora lo era aún más, de vez en cuando me guiñaba un ojo mientras hablaba.

Cuando cortó la llamada me tomó en brazos y me movió de mi lugar y me puso al otro lado de la cama ya que él se acostó donde yo había estado, haciendo que quedáramos frente a frente. 

Besos de una mentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora