2. Hormiga cabezona

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—Pasajeros del vuelo 335 con destino a Copenhague, Dinamarca, se les informa que las puertas de embarque se abrirán en breve para que puedan abordar —se escuchó por los altavoces del aeropuerto.

Yo estaba sentada al lado de la puerta, me había despedido de mis tíos y de Isa hace unos minutos, cuando todavía no pasaba por la policía internacional. Con Fede hablamos en la noche luego de que volviera de su entrenamiento, me deseó un buen viaje y me dijo que le avisara cuando aterrizase.

Estaba nerviosa, no iba a admitirlo frente a nadie, pero por dentro me estaba muriendo. Estaba acostumbrada a mi colegio y mis compañeros, y tener que cursar mi último año de este en un internado, que ni siquiera estaba en mi país, no me sentaba muy bien. Me hubiese gustado quedarme y terminar con el resto de mis compañeros, pero sabía que mis tíos querían lo mejor para mí, además de que yo no estaba dentro de sus planes, así que no sabían muy bien cómo ajustar su agenda a una adolescente, por lo que esta debió ser su mejor opción.

—Pasajeros del vuelo 335 con destino a Copenhague, Dinamarca, se les informa que las puertas de embarque están abiertas para que puedan abordar.

¡Dinamarca allá voy!

***

Cuatro horas después estaba aterrizando en el aeropuerto internacional de Copenhague, le mandé un mensaje a mis tíos para decirles que había llegado sin problemas y me fui a buscar mis maletas, no eran muchas, pero si eran bastante pesadas, así que fue todo un trabajo llevarlas a la entrada, donde un chofer me llevaría al internado.

El chofer resultó ser más joven de lo que esperaba, quizás era mi mente la estigmatizada, pero esperaba a un viejito con barriga y una pelada, pero resultó ser todo lo contrario, era más parecido al guardaespaldas de Cincuenta sombras liberadas, joven y guapo.

Me ayudó a subir las maletas al maletero y luego me abrió la puerta para que entrara. En el trayecto que hicimos hasta el internado no me dijo ni una sola palabra. No es como que yo sea de esas personas que hablan mucho, pero esto era realmente incómodo.

Cuando llegamos al internado, en lo que calculé fue un viaje de 45 minutos, pero que parecieron 3 horas, no supe cómo reaccionar. Era realmente precioso, un castillo medieval, lleno de enredaderas, que le daban un aire antiguo, dejando únicamente espacio para algunas ventanas.

El chofer, del cual no sabía el nombre, me abrió la puerta y luego bajo mis maletas y se fue, dejándome a mi suerte.

No le hubiese matado despedirse.

Estaba realmente perdida, no sabía dónde estaba administración, que es donde me darían mi horario y mi pieza, además, todos parecían conocerse, o conocer el lugar, por lo que realmente resaltaba dentro de todos los alumnos.

Decidida no parecer un bicho raro, al menos no más de lo necesario, decidí dirigirme a la que supuse era la entrada del castillo para ver si por ahí estaba la administración, y si no era ahí, en el peor de los casos me podría roja como tomate y tendría que pedirle ayuda a alguien.

Iba bien, cabeza abajo mirando mis pasos, no vaya a ser que me tropezara, tenía una maleta, cabe resaltar que, de color rosa chillón, en cada mano, y con un solo objetivo, no llamar la atención demasiado.

Pero Dios tenía otros planes.

Pese a haber estado viendo mis pasos, no noté la hormiga cabezona que se cruzó en mi camino y de no haber sido por un chico, mi vergüenza hubiese sido mayor, ya que hubiese terminado en el suelo.

Solté mis maletas cuando mi cuerpo salía disparado y caía en los brazos de un chico extremadamente bello, suena raro decirlo, pero no se me ocurría otra forma de describirlo, parecía sacado de una película de Jane Austen, cabello castaño oscuro, mandíbula cuadrada, la rosto delgado pero definido. Ojos marrones, cejas pobladas, pestañas kilométricas y un par de pecas esparcidas por su nariz.

Besos de una mentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora