30: SEGUNDO AÑO

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Me despierto porque siento como golpean la puerta. Antes de levantarme, miro a mi lado: El rostro de Kageyama descansa sobre la almohada, su boca está entreabierta y de ella salen pequeños ronquidos. Bajo mi mirada hasta mi estómago, porque siento un peso y claro que es su brazo.

Suelto un suspiro y levanto su extremidad solo para salir de la cama. Los golpes siguen siendo molestos y yo solo quiero dormir. Arrastrando mis pies y rascando mi cabello, saco el seguro y abro la puerta.

—Mamá —Sé que los colores se fueron de mi rostro.

Ella se queda congelada mirando mi cuello.

Ah, mierda.

Cinco minutos después, ella está tirando mi cabello mientras bajamos por las escaleras. Yo me quejo, intentando excusar las marcas en mi cuello diciendo que fueron mosquitos... ¿¡Mosquitos!? ¡Soy un idiota, merezco un castigo!

—¡Kento! —gritó molesta mientras me metía a la cocina con ella. Me obligó a sentarme en una silla y yo tapé mi rostro avergonzado. Aquí vamos otra vez...

—¿Qué pasa? —preguntó papá entrando con la mirada confundida.

—¡Qué no pasa! —exclamó de manera exagerada. —¡Mira a tu hijo!

—¿Qué tiene? —entró a la cocina con el ceño fruncido. —¿Se enfermó?

—¡Su cuello, Kento, mira su cuello! —se cruzó de brazos, mirándome enojada.

Él se acerca a mí y aleja mis manos para ver. Hace una mueca al notar las molestas marcas. Nota mental: no dejar que Tobio se acerque a mi cuello nunca más.

—¿¡Crees que es correcto!?

—Bueno... —Primero me miró a mí y luego a mamá—. Tú también los has tenido...

Oh... eso es mucha vergüenza y no quiero escuchar nada relacionado con eso.

—¡Ese no es el punto! —exclama rodando los ojos. —¡Es pequeño! ¡Dile que es pequeño!

—Mamá, estoy saliendo con Kageyama hace un año-

—¡¿Sabes todas las enfermedades que hay ahí afuera esperando a que hagan cosas para meterse en tu cuerpo, Shoyo!?

Ay Dios mío, qué vergüenza.

—Emiko, estás exagerando un poco...

—¿Siquiera usaron protección? —preguntó ella realmente preocupada, llevando sus manos a su cintura y adoptando esa típica pose de madre.

Creo que prefiero morir a responder esa pregunta. ¡Qué vergüenza! En serio, quiero morir, es lo más traumático que mi madre me ha preguntado hasta ahora.

—¡C-claro que no! —respondo con honestidad, claramente nervioso. Y qué mala respuesta, por cierto.

—¡Tartamudeó! —Me acusó con mi padre, quien simplemente soltó un suspiro. Él siempre fue el más calmado de esta casa. —¡Lo hicieron, Kento!

—¡No lo hicimos, mamá! —me quejó más abochornado de lo normal. —¡Solo nos besamos y nada más!

—¿¡Cómo puedo creerte!?

—¡Porque soy tu hijo! —respondo obvio. —¡O si no ve y pregúntale a Kageyama!

—¡No haré eso! ¡Estás loco!

—¡Entonces créeme! —alce la voz de la misma manera que ella. —¿¡Y qué tanto te molesta!? ¡Me diste una caja con preservativos!

—¡Pero no los usaste! —exclamó. —¡Pensé que estaba equivocada!

—Está bien, está bien —Papá se mete entre medio, cansando de tantos gritos—. No griten mucho, recuerden que Natsu y probablemente Kageyama está durmiendo —dice pacífico como siempre—. Emiko, no entres en pánico por unas marcas porque tú también has pasado por esa etapa tanto como tu hijo —Mamá bufa y luego papá me mira—, y tú, si harás algo con tu novio, cuídate —Quiero reprochar pero me interrumpe—. Y no me importa lo que digas, simplemente cuídate en todos los aspectos. Y tampoco dejes que te hagan tantas marcas, se ve extraño.

Quince minutos después, mamá y yo estamos en buenos términos. Nos pedimos disculpas y no nos volvemos a hablar por lo que resta del día. Yo subo a mi cuarto y Kageyama sigue durmiendo, así que lo despierto de la mejor forma: golpeándolo con mis almohadas.

La tarde se pasa aún más rápido con él, pero debe irse a casa porque su madre lo necesita para ir a hacer las compras. Está emocionado porque le gusta comprar cosas, lo que lo hace sonar como un hombre mayor en mi opinión.

—Oh, Emiko —dice Kageyama mientras abro la puerta de la casa. Mamá y papá se han despedido de él—. Quería decirle que Shoyo y yo no hemos hecho nada —Habla con la mayor seriedad del mundo, haciendo que mis mejillas ardan por completo—, y si lo hiciéramos, tampoco sería un tema que hablaríamos con nadie más que con nosotros. Solo quiero que sepa que lo amo y que cuando nos sintamos preparados para eso, lo haremos.

Este chico no tiene que estar hablando en serio. Mamá lo mira atontada y papá ríe a sus espaldas. Yo por fin consigo abrir la puerta.

—Con todo respeto, me retiro. Tengan una buena noche.

Crónicas de una Pareja Primeriza | KagehinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora