Capítulo 3: ¡Al unísono!

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James Abreu.

     El frío que siento en la piel me advierte que puede llover hoy, por lo tanto, tendré que presentarme e irme rápido, de nuevo. No me gusta hacer eso. La verdad, prefiero quedarme a compartir con mis fans... Se siente tan bien decirlo porque ¡tenemos fans! Estamos creciendo, poco a poco...

     No, poco a poco no; paso a paso.

     Pero en un sólo día no se llega a Roma... Roma, este año te llego. Espérame allá que haré que exploten tus bocinas con Savage.

«Ready to listen a good song?»

     Amo decir eso antes de cada presentación, puede volverse nuestro lema... Aunque, no lo he dicho en inglés aún.

     Ya veo mi casa, se me hizo corto el camino hoy, bueno, llevo años regresándome a pie de la preparatoria, desde que papá... bueno, no importa.

     «Hogar, dulce hogar», dicen por ahí. Yo prefiero decir:

     —¡Ya llegué, mujer! —Grité después de haber abierto la puerta.

     Mi casa es pequeña y humilde, pero mamá siempre se encarga de hacerla sentir cálida. Desde que entras, puedes visualizar la cocina, las escaleras (un poco descuidadas) y la sala de estar. Me acerqué a la cocina y ví a mi hermano menor cerrando la nevera, le gustaba mucho comer... A mí también.

     —Mamá aún no llega —Dijo el pequeño Keiver—, otra vez trabaja de noche. Y Kimberly se acaba de ir.

     Kimberly cuidaba de Keiver, ya que ni yo ni nuestra madre, podríamos cuidarlo en el día.

     —Últimamente ella está llegando muy tarde —Lo abracé, y me separé para sentarme a comer una banana que había en el mesón.

     —Tú también llegaste tarde. ¿Por qué? —Se acercó a mí con las manos en la espalda.

     Una de las cosas que más me gustaba de Keiver era su facilidad para ser sincero con lo que sentía, admiraba esa parte de él. Supongo que es uno de los regalos que nos ofrece el que haya nacido con Síndrome de Down.

     —Tienes razón, pequeño, llegué tarde. Hoy de regreso bebí un poco con mis amigos —Y no era mentira; dicen que un poco de alcohol antes de una presentación cae muy bien.

     —Mamá dice que el alcohol es malo —Me señaló con una mano, casualmente la que tenía la galleta que quería esconder. Y cambió de mano con las mejillas ruborizadas.

     —¿Qué te parece si ambos guardamos un secreto? Yo no le digo a mamá de la galleta y tú no le dices que bebí, ¿te parece? —Me limpié la mano y se la extendí.

     Él dudó un momento, no le gustaba mentirle a mamá, pero en este caso le convenía y me la estrechó un poco emocionado. En seguida se empezó a comer la galleta, y yo rompí a la mitad la banana ya pelada y me llevé una mitad a la boca.

     —¿Por qué te la comes así? —Me preguntó Keiver sentado a mi lado.

     —Me gusta hacerlo así, puedes comértela como tú quieras —Le aclaré—, pero yo lo hago así. No está mal.

     Asintió y siguió viendo caricaturas conmigo.

     Ya eran las siete y veinte cuando estaba acostando a mi hermano en su habitación. Le canté una canción (que le escribí hace tiempo) para que pudiera dormir. Bajé a llamar a mamá y Keiver abrió su puerta de repente. Me asusté y subí corriendo, nos encontramos a mitad de las escaleras.

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