Capítulo 21: Flores.

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James Abreu.

     Sigues doliendo, Keiver. Me encantaría que puedas ver en lo que me he convertido. Sigo usando el anillo que te traje. Sigo recordando tu sonrisa. Sigo escuchando tu contagiosa risa. Espero que desde dónde estés, hayas escuchado la canción que te compuse...

     ¡Blaj! Debo dejar de pensar en eso, quizás así deje de doler. Al menos funcionó con Ángela.

     Ángela... ¡Demonios! Estoy cayendo de nuevo en ella. No puedo evitar ser feliz al ver su sonrisa. Qué tonto me puso Rachel. Yo estaba bien en Italia, recorriendo el mundo con Nichole y con los muchachos. Tuve que venir a dañarme el corazón de nuevo, por culpa de... De nadie, fué decisión mía, y no debería arrepentirme.

     «Eres patético, hijo —Me dijo mamá—. No deberías volver al sitio del que te echaron, o del que te fuiste. Es ley». Quizás no fué la mejor idea volver a Ángela, pero mamá terminó apoyándome. Ahora soy más maduro y confía más en mí y en mis decisiones.

     Rachel... Si eres un error, entonces no dudaré en cometerte.

     —¿Sí me oíste? —Me preguntó— Siento que no.

     —Sí, lo hice —No es mentira—. Sólo que estoy cansado.

     —¿No tendrás problemas con eso? —Me preguntó Priscilla.

     —Ella aceptará —Le insistí para dejar a un lado su preocupación.

     —Bueno, nos vemos luego —Dijo ella—, James.

     Les alcé una mano a ellos despidiéndome, mientras caminaba las escaleras de su casa y los oía arrancar. Me detuve en su puerta y respiré dos veces antes de tocar. Esperé unos minutos sentado en la escalera, tampoco esperaba que abriera la puerta a las dos de la madrugada. Viendo hacia la calle estiro la mano hacia atrás para volver a tocar y sigo de largo.

     —¿Quién eres y qué hace a esta hora aquí? —Preguntó Ángela con voz adormilada.

     Me levanté rápido y la miré a los ojos, su dulce mirada me abrazó antes que sus brazos al darse cuenta que yo estaba tocando su puerta.

     —¿Qué haces aquí, James? —Reposó su cabeza en mi pecho. Me habló con su vocecita sin despertarse.

     —Vengo de tocar —Se separó y me miró los ojos—... te conté hace dos días. Por cierto, no deberías abrirle la puerta a desconocidos.

     —No eres un desconocido, James.

     —Me preguntaste quién era, Ángela —Tomó mi mano y me adentró a la casa, yo cerré la puerta.

     —Entonces, chico desconocido —Me sentó en el sofá y luego se sentó en mis piernas, abriendo las suyas—, ¿no quisieras conocerme?

     Ángela acaba de despertar, a las dos de la madrugada, y está caliente. Definitivamente no es normal.

     El frío de la madrugada nos sentaba bien para esto. Yo quería, ella quería, necesitábamos calor, pero tengo demasiado cansancio.

     —Me encantaría —Metí mis manos en su franela y las subí hasta el costado de su pecho, sin intenciones sexuales, sólo quería acariciarla—, pero estoy tan cansado que no me sentirías vivo.

     Ella se arrimó hacia atrás y cruzó los brazos inclinando un poco la cabeza. Quiere verse seria, pero en realidad es tan tierna. Ni frunciendo el ceño puede verse seria.

     —Si quieres más tarde te revuelco —Le dije y esperé un momento para ver sus mejillas rojas, y lo logré—. Pero ahorita no.

     —Bueno —Se levantó y caminó hacia las escaleras. Su pijama ancha, como siempre usaba la ropa, bailaba junto a su caminar—, pero dele suave, jóven, porque sigo siendo virgen.

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