Capítulo 12: Me lo prometiste.

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     Ese día, el destino se jactó de dos corazones rotos, ambos al mismo tiempo, pertenecientes a James y a Ángela. Un corazón que amaba a un corazón que amaba a alguien más. Todos somos el deseo sin final de alguien, y a veces, nuestro deseo sin final no es esa persona. Jacob era el de Ángela, Ángela el de James... Las gotas de lluvia caídas esa noche no se podían comparar con el frío que sentía el alma de Abreu, por más abrazos que Nichole le regalaba no podía calmarse internamente.

     El destino es cruel y las personas buenas son testigo de eso...

James Abreu.

    Domingo a mediodía, las ganas de vivir no existen, nada puede estar peor. Pensé que tocar fondo era lo más bajo que podía llegar, pero superé los límites. ¿Qué especie de karma estoy pagando ahora? ¿Dios...? No, no meteré a Dios en esto, ha sido muy bueno conmigo. Pudieron haber salido peor las cosas.

     Me detuve al frente de mi casa, no los veo desde ayer. Las ojeras seguro me llegan a la barbilla, qué desagradable.

     —Buenas tardes —Abrí la puerta.

     No entré, me quedé en la orilla de la entrada a la casa, y oí a mamá bajar las escaleras.

     —Hijo, ¿estás bi‐

     —Mamá —La interrumpí—, estoy bien. Todo salió como debía salir.

     —Pero —Cambió su expresión, ambos queríamos llorar—, anoche una muchacha trajo un...

     —Lo sé, un girasol.

     —Se supone que era un tulipán —Ya nada frenaba nuestras lágrimas—. Hijo, ¿y mi tulipán?

     —Murió... murió anoche.

     Me abrazó y cerré la puerta. Parecía que a ella le dolía más que a mí, a estas alturas no sé si sea así o no.

     —Lo siento, mamá —No sabía qué decirle —, no quería que te sintieras así.

     —Me llenaste de dolor y odio, hijo —Me abrazó fuerte—. Dolor por tí... odio hacia ella.

     —Mamá...

     —No te rindas, no es la única mujer que existe, ni la única que se robará tu corazón... Eso sí —No dejaba de apretarme—, no será ella quién logre disfrutar de lo bueno que tienes... Eso que le hace falta a las mujeres.

     Ya era imposible intentar contener las lágrimas, odio haberle hecho esto a mamá.

     Pasado un rato, no sabría definir cuánto, nos separamos ambos con el rostro hinchado, pero sonrientes... Lo que no sabía es que esa sonrisa me duraría poco.

     —¿Y Keiver?

     —Él... está arriba, encerrado en su habitación.

     —¿Encerrado? —¿En serio oí bien?—. Él nunca se encierra.

     —Compruébalo tú mismo. Te prepararé algo de comer.

     —Keiver —Lo llamé después de subir, y toqué su puerta.

     —Vete —Respondió desde dentro—, no quiero hablar contigo.

     —Espera, espera. ¿Por qué no quieres hacerlo? ¿Qué te hice?

     —¡Me mentiste! —Se escuchaba enojado.

     —¿Por... por qué te mentí? —Me empezaba a preocupar ya. Él nunca era así.

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