Capítulo 14: Una nueva vida.

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Ángela Collins.

     Ya pasó un mes y medio desde que me encerraron aquí, sin poder comunicarme y prácticamente sin poder recibir visitas... De cualquier modo, nadie me visitaba antes. Los únicos que sé que saben dónde vivo son Jacob y James. La señora Leyla tampoco vino más, claro, tampoco tenía dinero para pagarle, ni ovarios para verla a la cara. Pensé que la pasaría peor, de cierto modo, me ha hecho bien este encierro.

     Faltando dos semanas para acabar con esto llegó una visita, un hombre vestido de traje y un maletín, dentro de mi cabeza sonó una alarma, pero me relajé; no he hecho nada malo. He cumplido mi sentencia como cualquier otra condenada, sólo que yo sí soy inocente, ¡y no debería estar aquí!

     —Siéntese, por favor —Le indiqué señalando la mesa... La misma mesa en la que atentaron contra mi padre.

     —Gracias —Se sentó y abrió su maletín—. Le traigo buena y malas noticias.

     —¿«Buena y malas»? —Pregunté confusa a lo específico de su comentario.

     —Es que son dos malas y una buena —Me sonrió sin separar sus labios—, empezaré con la solitaria, ¿ok?

     —Está bien —Me senté.

     —Al fin se descubrió su involucración en el crimen; la cuál no hay, usted es inocente, señorita Collins —Desearía haber sentido alivio, pero ya eso lo sabía, y sólo me encogí de hombros—. Vimos las cámaras de seguridad, y usted entró momentos después de los tres encapuchados que asesinaron a su padre.

     —¿Asesinaron? —Pregunté curiosa.

     —Así es, esa es una de las malas noticias —Sincronizados tragamos saliva—, no aguantó el estado de coma y falleció.

     —Él... se murió —Estaba atónita, mis párpados se quisieron cerrar solos, como si de morir se tratase.

     —¿Desea que continúe? —Me preguntó cauteloso.

     Alcé la mirada y le asentí con la cabeza, para darle respuesta positiva.

     —La última noticia es que unos "justicieros" al estilo Robin Hood, estafaron a su padre y todo su dinero cayó en una cuenta asiática —Habló rápido, como si la velocidad disminuyera el golpe de la noticia—. Hicimos todo para lograr traer de vuelta el dinero, pero ya pasó a terceros y no hay nada que se pueda hacer. De parte de la corte judicial de Buenos Aires, le pedimos perdón.

     Volví a encogerme de hombros y alcé las cejas.

     —Ahora, si me permite, le quitaré la tobillera.

     Se agachó y me la quitó, sus manos temblaban.

     —En vista de su pérdida monetaria, el estado le proporcionó un trabajo como niñera de un niño de cinco años. La madre estuvo de acuerdo al contarle su situación, señorita Collins. Claro, —Se volvió a sentar—, eso si usted accede.

     Encogí mis hombros y asentí sin ganas. Él cerró su maletín.

     —Bien, creo que no tengo más nada que decirle... Ah —Habló una vez se levantó—, el funeral de su padre, él falleció anoche. Le llegará una carta con las indicaciones del funeral, es libre de verlo cuando lo desee. Ya es libre. De nuevo, lo siento. Adiós.

     Cerró la puerta. Yo me quedé sentada, en shock, intentando analizar todo lo que acabo de escuchar que dijo ese sujeto; mi padre muerto, yo inocente, niñera... ¡Niñera? Ni siquiera me gustan los niños. El funeral de mi padre...

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