Capítulo 30: Agridulce.

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James Abreu.

     Vaya, Jacob sucedió. La razón del porqué mi peor recuerdo es mi pesadilla volvió a darme un recuerdo similar, o hasta peor.

     Quiero una explicación, una respuesta, un resultado.

     ¿Cuán despiadado es el destino como para maltratar a alguien que ya estaba herido? Nunca me rendí, supongo que también fué mi error. Necesitas descansar para sanar, ¿no? Pero, ¿quién puede sanar de un déjà vu que abrió tu cicatriz?

     ¿Quién lo diría? Hace unas horas estuve tocando para miles de personas y ahora estoy sentado bajo mi regadera, escuchando canciones tristes que no hacen más que empeorarme. Me gusta cantar las partes con las que mejor me identifico, partes de canciones que le gustan a Ángela y me recuerdan a ella.

     —... all this love, no one to give it to now.

     —¿Estás bien? —Preguntó desde el otro lado de la puerta.

     —Sí —Respondí apagando la música—, búscame una pistola y estaré mejor.

     —Entraré.

     Me dió miedo que entre y me vea así. No porque estoy en un estado despreciable, sino porque no estoy llorando... Tengo tantas ganas de llorar que ya no puedo llorar. Y ella lo sabe, por eso quiere entrar.

     Abrió la puerta y deslizó la corrediza de la ducha.

     —Pareces un niño.

     —Al que le tumbaron su dulce favorito —Añadí.

     —Te ves patético —Se sentó a mi lado y recostó mi cabeza en su hombro—. ¿Por qué en el baño?

     —Es el único lugar donde no estuvimos juntos... increíblemente.

     Comenzó a cantar suave, su voz me encanta, me relaja mucho. Era una de esas canciones que casi nadie escuchaba, pero que te causaba mil sensaciones si la entendías.

     —Ya estás llorando —Dijo ella—, estamos avanzando.

     Y sí. Yo, James Abreu, estoy llorando.

     —No puedo dejar de pensar en ella.

     —Raro es que sí —Agarró mi mano—, la amas, y pasará mucho tiempo para que dejes de amarla.

     —Ayúdame —Le pedí jugando con sus dedos—, Nicki, no sé si dejaré de amarla.

     —James —Apretó mi mano—, sólo si es amor verdadero no podrás dejar de amarla —Relajó sus dedos—. Créeme, eso lo sé perfectamente.

     Se supone que entró para hacerme sentir mejor, pero eso me empeoró.

     —Lo siento... Es que me dejó, cuando prometió quedarse conmigo.

     —Continúa —Me pidió entrelazando nuestros dedos—, puedes desahogarte. Sé que lo necesitas.

     —Dijo que sostendría mi mano en todo momento. Me siento tan estúpido; le dí el permiso de entrar a mi vida y destruir todo si quería, sólo que no pensé que se lo tomaría tan en serio —Volví a llorar—. No sabes cuánto le pido a Dios que la cuide, que él la haga feliz como yo no pude. Que nunca le hagan lo que me hizo a mí. Que nunca derrame una lágrima en el suelo por nada...

     —Te entiendo.

     —Ella ha sufrido mucho y no merece sufrir más.

     Me acosté en su regazo y me puse a jugar con las hebras sueltas de su pantalón.

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