Capítulo 9: El sábado a las cuatro.

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James Abreu.

     Llegué a La Plaza De Juan XXIII... Bueno, en parte, porque en realidad me detuve cerca de la plaza para verificar la llegada de Rachel y no quedar... pues... varado como un idiota.

     En realidad todo esto está muy bueno como para ser realidad... pero, en caso de que sea verdad, pues debo aprovecharlo. Todo lo bueno se aprovecha al máximo.

     Las cuatro menos cinco y mis ojos no se detenían en la búsqueda de su impecable belleza. Mis piernas estaban inquietas hasta que me apoyé en el tronco de un árbol dejando una pierna sin apoyarse. Sentía sudadas las palmas de mis manos.

     Miré mi reloj, y mi corazón se detuvo al mismo que la manecilla de la hora anunciaba que ya eran las cuatro. No por la hora, sino por el efecto que causó una voz detrás de mí.

     —¿A quién buscamos?

     Inmediatamente supe de quién se trataba y aunque quise sonreír, la sensación de que de ahora en adelante cualquier cosa podría salir mal me lo negó. Y no pude evitar mirarla con una expresión que en realidad no sé ni qué expresaba, sólo sé que me miró con algo de culpa. Observó su ropa y luego me miró a los ojos.

     —Ay, lo siento. Debí traer algo menos casual, ¿cierto? —Se encogió de hombros con sus manos metidas en su suéter rosa.

     —No, no, así estás perfecta —Le aclaré—. ¡Digo, bien! O sea, no es que no estés perfecta es sólo...

     Ella se rió interrumpiéndome. Y estoy agradecido de que lo haya hecho; no sabía qué decir

     Rachel vestía un mini short que dejaba mostrar la belleza de sus cuidadas piernas, es primera vez que veo sus piernas. Son tan... lindas. También unas Converse cubrían sus delicados pies. Y el bendito suéter rosa que hacía destacar su blanca piel. Me tiene delirando y ni se da cuenta.

     Mientras que yo vestía un jean rasgado, unas botas negras y una chaqueta marrón con una franela blanca debajo. Me gusta mi estilo, pero a veces desearía poder comprar mejor ropa. La mía luce vieja y desgastada.

     Cualquiera que nos vea juntos pensará que no somos pareja, por nuestras distintas formas de vestir... No creo que sea algo bueno.

     —Entonces —Me cerró el acceso a su risa—, ¿qué tienes planeado?

     Tenía un plan hecho, pero jamás pensé que tenerla al frente me haría olvidarlo todo. Así que tengo que improvisar.

     —¿Te parece ir por unos helados mientras caminamos? —Supongo que es lo que hacen los de ahora en una cita.

     —Vaya, lo tienes bien planeado, ¿no? Vamos.

     Empecé a caminar hacía una heladería cercana, y a mitad de camino Rachel me tomó del brazo. Detalle que aceleró mi corazón, pero no me podía dejar llevar por este sentimiento.

     —Y cuéntame —Quise abrir conversación— ¿Qué hay de tu familia?

     —No mucho. Mi madre murió cuando me dió a luz, por lo tanto, no tengo hermanos —Su voz no sonaba triste—. Mi padre sólo se ocupa de sus negocios, y puedo decir que lo más cercano que tengo a un familiar es la criada que se ocupa de mí. Siempre me da consejos sobre todo y me trata como a su hija...

     —Lo lamento.

     —¿Qué lamentas? No creo que lamentes no ser de mi familia —Me miró sin soltar mi brazo—. Cuéntame de la tuya.

     —Bueno, mi madre trabaja asistiendo a una de esas familias ricas que se creen mucho... Sin ofender —Me giré hacia ella.

     —No te preocupes, mi padre sí se cree mucho —Dijo divirtiéndose.

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