Capítulo 29 | Segunda Parte: Reemplazable.

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James Abreu.

     —No puedes culparla, nene —Me dijo Nichole—, los cambios de humor en el embarazo son muy drásticos.

     —¿Cambió de humor, Nichole? Eso fué más que un cambio de humor.

     —Sí, trata de entenderla —Me abrazó.

     Yo pensé que la estaba aplastando, pero realmente me siento muy cómodo en su pecho como para preocuparme por eso.

     —Tengo hambre —Admití.

     —Raro es que no, si desde ayer lo único que has hecho es llamarla —Me recordó—. No has comido.

     —Es que la necesito aquí.

     Mi casa se siente tan vacía sin que su risa llene cada rincón. Mi casa no es casa si no estás aquí, Rachel.

     —A ver, dame tu celular —Me lo quitó de las manos—. Veamos... ¡Ciento veintitrés llamadas, James?

     Su grito me sacó de mis pensamientos, recién empiezo a sentir que estoy acostado encima de Nichole, encima de mi cama, totalmente vestidos... a excepción del pecho de Nichole que sólo lo cubre un sostén negro.

     —Lo siento, la extraño.

     —Bueno, te entiendo —Pasó varias veces su mano por mi cabello—. Pero, ¿desde hace cuánto tiempo no te intentas encontrar a tí?

     —Pfff, ¿qué mamada acabas de decir, Nichole?

     —Y te la tiras de listo. Hablo de que llevas mucho tiempo teniendo cambios en tí y sólo te has enfocado en los cambios de los demás —Me explicó—. Dime, James...

     —Te digo.

     —¿Cuándo fué la última vez que te hiciste un masaje?

     Me quedé pensando y la última vez que me hice un masaje fué...

     —Nunca —Admití.

     —Te has enfocado tanto en la sonrisa ajena que has olvidado trabajar en la tuya... ¿Quieres que te haga un masaje? —Preguntó alzándome la cara para mirarme a los ojos.

     No dije nada, sólo asentí con la cabeza.

     Ella se levantó y empezó a acomodar mi cuerpo boca abajo para quedar con la cabeza fuera de la cama, en seguida se sentó en mi espalda baja y me masajeó.

     —Estás muy tenso...

     —Es normal estar estresado siendo yo.

     Presionó sus pulgares en mis glúteos y reaccioné, como si el músculo se quejara.

     —Lo siento —Se disculpó, pero no quitó sus manos de dónde las tenía—... James, tienes muy buenas nalgas.

     —Dos años de ejercicio consecutivo en Italia —Le aclaré—, raro sería estar plano después de eso.

     —Tienes razón —Se acostó en mi espalda—... Te amo, James.

     —Yo también lo hago, u know.

     —No...

     Se levantó y se bajó de la cama, se arrodilló al frente de mí, de modo que nuestros ojos estaban paralelos.

     —James —Pasó sus manos por mi cuello para masajear mi espalda alta, dejando nuestros rostros a centímetros—... Te amo, de un modo en que no he amado a nadie.

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