Un trago

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Día a día me pregunto que hago, y sale la misma respuesta.

«Ir al trabajo y mantener tu puesto que tanto que costó conseguir en alto.»

Mi jornada laboral ya ha transcurrido, pero me tuve que quedar a organizar unos documentos para la junta del lunes.- Si, soy muy anticipada - Al ser jefa de la empresa de arquitectura más famosa en el mundo no es fácil. Y mucho menos si tienes veintidós años, convirtiéndote así en la mujer más joven y multimillonaria en el mundo. Además de ser la más codiciada.

Mi trabajo comienza a las cinco de la mañana con una rutina de ejercicios, después un desayuno liviano e ir al trabajo para llegar a casa exactamente a las ocho de la noche. Ni un minuto más ni uno menos. Aunque hoy no fue así.

Termino con los archivos y me dispongo a salir del edificio, mi secretaria ya se ha marchado, su trabajo termina a las seis de la tarde, al igual que el resto del personal. Entro en el espacioso ascensor para marcar el último piso. Estando allí, marco mi salida como siempre antes de ir a la puerta.

- ¿Que tal señor Morris? - saludo al de seguridad. Un hombre joven, cuarentón. La mejor fase de la vida diría mi madre.

- Señorita Winslet ¿Cómo le va? ¿Mucho trabajo hoy?

- Si, ni se imagina - le sonrío mientras me abre las grandes puertas de cristal - Morris.

Me giro a verle.

- ¿Dígame?

- ¿Hay alguien más adentro? - pregunto preocupada.

- No señorita, todos salieron.

- Bien - asentí

- De todos modos revisaré, y si veo a alguien le dire que ya puede ir a descansar.

- Muchas gracias - volví a sonreír - Buenas noches señor Morris, saludos a su esposa y a sus hijos.

- Ok. Muy buenas noches también para usted señorita Winslet.

Me despidió con un saludo de mano. Me preocupa mi gente y el saber que ellos están bien, me hace feliz porque sé que soy una buena lider. Que tengan un buen descanso es lo mejor, así su desempeño laboral es único, por ende cuando salgo le pido a él señor Morris que se asegure de que no haya nadie en el edificio. Después, se puede ir a descansar a casa. No me gusta para nada la impuntualidad, pero con el hago una excepción ya que tiene una tarea extra y fuera de su horario habitual.

Voy directo al estacionamiento, entro en mi Mercedes negro, encendiendo la belleza de auto, bajo el convertible y me pongo en marcha. Conduzco por las calles de New Jersey sin rumbo fijo, la verdad no quiero llegar a casa y verme envuelta en la soledad. Se que estarán pensando «¿Cómo una mujer como ella se ve envuelta en la soledad? Pues ya les explico.»

Esta castaña no estuvo siempre en la soledad. Al entrar en la universidad decidida a estudiar arquitectura y no centrarme en otra cosa que no fuera estudiar, me paso lo inevitable. Me enamoré en el segundo semestre, y mantuve una relación con Él. Era el mejor de la clase, dedicado, atento, solidario, dispuesto a escuchar las propuestas de los demás... De tez blanca, rubio, ojos color miel, alto y buena condición física. Simplemente perfecto. Pero lo perfecto es a aburrido, o en mi caso, me resultó peligroso. Todo eso era una fachada, así, escondía el verdadero monstruo inhumano que era. Me golpeaba, humillaba en frente de quién fuera, me controlaba física y psicológicamente, no me dejaba salir, y si no hacía lo que el quería, mi castigo era lo peor que le pueden hacer a una mujer. Dos años soporte esa tortura ya que tenía miedo, varías veces amenazo con matarme si lo denunciaba y también me amenazó con hacerle daño a mi familia. Por eso no hice nada. Hasta que pude librarme de el. Con ayuda, logré poner una demanda en su contra, fue enviado a juicio y condenado a cuarenta años por abuso. Y en el cargo de agresión sexual obtuvo veinte años, un buen tiempo en prisión diría yo. Juzgué a un libro por su portada.

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