Orfanato

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Alejandro Cabreado Cox.

Así podría describirlo en estos momentos. Desde que subió al coche no me ha dirigido la palabra y yo solo me mantengo en silencio mirando por la ventanilla. Si el no piensa hablarme pues yo tampoco daré mi brazo a torcer. Le indicó las calles por las cuales tiene que ir sin hablar de nada. Como dijo, paramos a comprar el desayuno y volvimos a la carretera.

En el camino me coloque mis audífonos, si el no quería hablar pues la música es mejor compañía. Le doy Play a la reproducción y las suaves notas de una guitarra inundan mis oídos.

Uy si, esto es mejor.

Reclino mi cuerpo cómoda dejando que mis pensamientos se dispersen y mi imaginación vuele como acostumbra a hacerlo. Me enfoco en la música, mis pies se mueven por si solos y mis manos bailan al compás de esta, canturreo la canción sin apartar la vista de la ventanilla y así voy el resto del camino, canción tras canción hasta llegar a nuestro destino. Bajo de inmediato mirando al grupo de niños que miran impresionados el auto y al verme corren a mi encuentro.

Sin poder evitarlo sonrio, estos pequeños son mi vida.

- ¡Dios cuanto los extrañe mis bebés! - exclamo arrodillando me para abrazarlos.

- Pensamos que no vendrías. - comentó una pequeña de cabellos rojizos y ojos verdes que se acercaba a mi haciendo un puchero con su osito de peluche en brazos.

- Mi niña, - digo abrazándola para retirar un mechón de su rojo cabello de su cara - jamás faltaría un día para verlos.

- Maky ¿quién es ese hombre? - preguntó un pequeño castaño de tres años.

Dirigí mi vista hacía mis espaldas encontrando un Alejandro desorientado con su ambiente. Riendo, le hice señas para que se acercara; los niños se resguardaron detrás de mi en el momento en que yo me ponía de pie, ellos no están acostumbrados a ver a alguien más que no sea a mi persona.

- No tienen padres, - le miro nostálgica - fueron abandonados al nacer o sus familiares murieron, algunos porque no podían tenerlos y los trajeron aquí. Yo abrí este lugar para ellos, - señale a los pequeños que se juntaban a mi lado - gran parte de mis ganancias vienen aquí... Soy como la madre que nunca tuvieron.

Con detenimiento, observe como la pequeña de cabellos rojos se acercaba a Alejandro quien me miro dudoso. Ella paro en frente de el mirándolo con atención, se veía que no estaba acostumbrada a personas extrañas ya que apretujaba su osito.

- ¿Por qué eres tan alto? - preguntó en un hilo de voz.

Alejandro quien se había mantenido en silencio e inmóvil, se acuclillo frente a la pequeña y sonrío.

«Valla, creo que le gustan los niños»

- Es porque cuando era niño comí mucho, al igual que varias frutas y vegetales.

- ¿Te gustan los mangos? - el asintió sonriente.

- ¿Y a ti? - la pequeñaja asintió.

- Al señor ablazos también le gustan mucho.

- ¿Enserio?

Preguntó asombrado.

- Ajam. - volvió a asentir la pequeña.

- ¿Cómo te llamas?

- Luz. ¿Y tú?

- Alejandro.

- ¡Niños hora del cuento! - anunció la mujer que elegí especialmente para que se encargara del lugar.

- ¡Cuento! - chillaron todos haciéndome reír - ¡Maky! ¡Maky! ¡Maky!

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