Parte 1 Nuevo comienzo

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Desperté sobresaltada.

La luz se filtró en mi habitación y dio por terminado mi sueño.

Que inoportuno.

Habían pasado días desde la última vez que había dormido. Eso era lo bueno de ser semi-vampiresa y semi-humana, podía estar despierta mucho tiempo, pero luego podía descansar y hundirme en la profundidad de mis sueños.

Estiré los brazos y por mi muñeca se deslizo mi anillo quileute de compromiso. Eso me hizo recordar el sueño: corría por la playa a gran velocidad, sobre mí se alzaba un sol increíblemente radiante, esa clase de sol que no es para nada común en mi hogar, Forks, Washington. Entonces, de la nada, apareció un enorme lobo rojizo, muy hermoso. Que venía por mí. Yo sonreía, expectante, esperándole, mientras giraba sobre mi misma y disfrutaba de la luminosidad del paisaje. El lobo se acercó, y de un momento a otro, ya no estaba más allí. En su lugar estaba miJacob, alto, con su hermosa piel cobriza y su deslumbrante sonrisa blanca. Me miraba con sus brillantes ojos oscuros y no pude hacer más que acercarme y acariciarle una mejilla con la punta de los dedos. El se acercó un poco más, todavía sonriente, y cuando entre nuestros rostros solo mediaban centímetros...

Volví a la realidad.

Intenté continuar durmiendo, pero era en vano, ya no estaba cansada. Luego de un rato decidí que debía levantarme. Abajo todos me esperaban. Ese era un día muy importante en mi vida. Cumplía siete años.

Obviamente, aparentaba mucho más que tan solo siete primaveras. Tal vez unas veinte.

Carlisle, mi abuelo, había dicho que el crecimiento acelerado ya casi se estaba deteniendo, y que pronto cesaría, según la historia de Nahuel, para siempre.

Era realmente incomodo haber crecido tan deprisa. Sin embargo, una de las cosas buenas era que ahora, resguardada por mi apariencia adolescente, podía salir a descubrir cosas nuevas, y nuevas personas. Aunque no en Forks. Allí no podría mostrarme. Mis padres me lo tenían prohibido.

Me levante de la cama, y fui directo hacia el tocador, me senté frente al espejo y observe detenidamente lo que me devolvía. Era cierto, hace casi un año los cambios se estaban volviendo completamente imperceptibles, incluso para la fina visión con la que contábamos todos los miembros de mi familia.

Existían veces en las que realmente había lamentado que mi infancia haya sido tan corta. Casi no había tenido tiempo para disfrutarla. Pero luego pensaba en todo el tiempo que tenía por delante. Demasiado.

Mi abuelo Carlisle tenía cerca de cuatrocientos setenta años. Aro, Cayo y Marco, esos extraños vampiros italianos que creían que mi existencia podría descubrir el secreto, tenían los tres mil años bien cumplidos.

Y entonces, a pesar de aparentar veinte años, me sentí pequeña, inexperta y completamente insignificante. Una niña de solo siete años.

Lo bueno de cumplir el 10 de septiembre era que mi hermosa madre cumplía solo tres días después. Por lo que toda la atención lograba disolverse un poco. Solo un poco.

Me vestí con un jersey azul y un pantalón blanco que estaban en el fondo de mi armario, dos veces más grande que mi dormitorio. Peiné mis rizos y los abroché con mi prendedor favorito, uno de oro que mi madre me regaló la primera navidad que pasamos juntas. Cuando decidí que estaba presentable, Salí de mi habitación, crucé el corredor y bajé por la escalera de caracol que llegaba a la estancia de mi hogar.

Y allí estaban todos. Mis tíos Emmet y Jasper, mis tías Rosalie y Alice, mis abuelos, Esme y Carlisle. También, sonrientes, hermosos e irradiando orgullo y amor, estaban mis padres, Bella y Edward. Se acercaron y me abrazaron juntos. Pude sentir el frío contacto de sus pieles marmóreas y sus intensos aromas a lilas, sol, fresas y miel. Fue entonces cuando me sentí muy feliz, completa.

Ocaso Boreal - Continuación de CrepusculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora