Parte 4 Sin rastro

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El viaje a Juneau fue de lo más estresante.

Muchas cosas invadían mi mente y todo me resultaba confuso.

Si no fuera porque sabía que soñar era algo imposible para mí, al menos de una forma literal, dado que no era capaz de dormir, hubiera pensado que todo formaba parte de una pesadilla horrible, la más realista de todas, en las cuales confundes ese reino imaginario con la realidad. Esas pesadillas que dan giros insospechados de repente, sumergiéndote de lleno en emociones violetas y exasperantes. Nada tiene sentido en ellas, y lo único que puedes hacer es gritar, aunque el miedo se había llevado esas reacciones reflejas de mi cuerpo, incapacitándome para hacerlo.

Pero tenía que asumir que esa no era una pesadilla, todo lo que estaba pasando era verdad, y lo tenía que enfrentar.

Lo único que podía hacer, era desear que estuviéramos actuando con el tiempo suficiente para que todo terminara bien. La cabeza no dejaba de darme vueltas, imaginando todas esas cosas que no quería traer a mi mente de un modo consciente. Imágenes que destruían la poca calma que había ido construyendo a lo largo del día, basándome en la esperanza que tanto Edward como Alice intentaban infundirme.

¿Pero como confiar en sus palabras, cuando ellos mismos las expresaban con escasa seguridad? ¿Cómo permitirme a mi misma no tener miedo si todo lo que ellos decían estaba teñido con la nota del pánico que intentaban disimular?

A pesar de que en un primer momento me había parecido una buena idea dejar a toda nuestra familia atrás, ahora estaba dudando de mi resolución...

¿Y si todo resultaba ser una treta? ¿Y que tal si en realidad la visión de Alice no había sido más que un señuelo para que nos arrastráramos corriendo por Renesmee? Claramente eso es lo que haríamos, porque preferiría arder mil veces en una pira antes de que alguien le tocara un solo cabello a mi hija...

No podíamos llegar tarde, esa no era una opción.

Porque Renesmee tenía que estar bien, esa era la única posibilidad que podía darse, nada la lastimaría, y si alguien lo intentaba, tendría que vérselas con Edward y conmigo.

El escenario en el que me encontraba, la primera clase del avión, resultaba turbio y fuera de foco. No porque algo anduviera mal con mi visión, para nada. Sólo que no podía prestarle mayor atención a nada. De vez en cuando, emergía a la realidad, solo porque la incertidumbre me daba una breve tregua, en la cual la esperanza intentaba dominar mi cuerpo. Fracasaba, desde luego. Estábamos sentados los tres en una sola fila. Yo estaba en el medio, y Edward a mi izquierda, enfrentando al pasillo.

En las ocasiones en la que no volaba a la deriva, pude ver como la aeromoza no podía parar de mirarlo, e incluso podría decir que intentó coquetearle, pero eso era algo que no me preocupaba en lo más mínimo, dado los otros acontecimientos. Si hubiera sido otra la situación, tal vez me habría molestado, incluso me hubiera puesto de pie para decirle que no sea tan evidente, pero no tenía tiempo para esas estupideces...

Toda mi mente, demasiado amplia, estaba concentrada en Juneau, en que el maldito avión se moviera lo suficientemente rápido para poder llegar y abrazar a mi niña hermosa, a la mas poderosas de las razones de mi existir, tenerla entre mis brazos y protegerla de aquellos que osaran hacerle daño.

Ante lo difícil que me resultaba mantenerme callada, decidí entablar una conversación con mi cuñada, sentada a mi lado, y quien justo en ese momento, intentaba ver el porvenir. No era mucho lo que podía hacer, sus visiones no nos ayudarían en nada sustancial de ahora en adelante, solo podría captar lo suficiente como para no dar pasos en falso, pero nada que pudiéramos usar para asegurarnos de manera irrevocable que mi hija estaría bien.

Ocaso Boreal - Continuación de CrepusculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora